Nick se enfrenta a cadena perpetua o pena de muerte. El fiscal del distrito del condado de Los Ángeles ha anunciado que será acusado de dos cargos de asesinato por la muerte de sus padres, el cineasta Rob Reiner y Michele Singer. Los habría apuñalado hasta morir. Rory, la hermana, encontró los cadáveres. A él lo detuvieron horas después. Se había registrado en el hotel The Pierside Santa Monica alrededor de las 4 de la mañana. En la habitación había restos de sangre, manchas en el baño y en el suelo, y una ventana cubierta con sábanas. Ahora está detenido, sin fianza y bajo vigilancia por riesgo de suicidio.
Según las primeras revelaciones, la noche antes del crimen Nick y sus padres estaban en una fiesta navideña. Algunos testigos dicen que el hijo parecía alterado y presentaba un comportamiento errático. Después de una fuerte discusión delante del resto de invitados, se habrían marchado. Al día siguiente, alrededor de las 15:30 de la tarde, los servicios de emergencia recibieron una llamada. Cuando llegaron al domicilio del barrio de Brentwood, ya era demasiado tarde. No había signos de haber sido forzada la entrada. Y Nick ya no estaba.
A la espera de conocer más detalles, pueden trazarse solo pinceladas basadas en los hechos conocidos de la vida y perfil de Nick Reiner. Las drogas no afectan del mismo modo a cada persona, pero las adicciones sí muestran patrones similares. El bagaje de Nick es complejo. Con 32 años, tiene una historia de consumo problemático, desde la adolescencia, sumado a periodos de inestabilidad vital. Este combo suele asociarse a personas con baja tolerancia a la frustración, irritabilidad y explosividad. Un consumo prolongado de estupefacientes llega a debilitar el control inhibitorio, se pierde el juicio, y la estabilidad emocional muta en un vórtice infernal en el que se solapan los momentos de recaída y enganche. El todo, consuma la autoestima y desregula la química.
En parricidios adultos de este tipo, suelen repetirse tres marcos. El primero es un cuadro de dependencia y resentimiento, un vaivén en el que el sujeto odia y ama a sus padres, siente que vive anclado a ellos, que los necesita, y los detesta por depender de ellos. El segundo escenario se enfoca en el conflicto por límites: ultimatum, reproches, control, venganza. El individuo se siente juzgado, cree que no se fían de él y se desestabiliza. El tercero implica la crisis de identidad. La sensación de fracaso, humillación o amenaza de pérdida de estatus, recursos u hogar.
Su historial clínico habla de varios ingresos hospitalarios, numerosas recaídas, momentos de perdición absoluta en los que Nick llegó a vagabundear solo por las calles. Vivió crisis agudas. Desregulación emocional. Vulnerabilidad. Aunque también existe la posibilidad de un estado de enajenación mental, un episodio psicótico que, teniendo en cuenta su historial, sería plausible.
En la película Being Charlie, filme de 2015 que crearon juntos padre e hijo, retratan la vida de un adolescente que se enfrenta a las drogas y a la difícil situación con su familia. Vaivenes profundos que llevan al chico hasta el extremo. Puede ser desquiciante enfrentarse a algo así, para todas las partes. A veces parece no existir una fórmula precisa, y no la hay única, que pueda solucionar lo que desemboca en delirio y nace del abismo.
¿Qué puede llevar a un hijo a matar a sus padres? Más allá del paralelismo con la película, y además de la parte autobiográfica admitida por el propio Nick, en la vida real sucede lo mismo: la asimetría simbólica entre padre e hijo. Esto nunca será suficiente para explicar un parricidio, pero en este caso, se producen elementos especiales que merecen atención. Uno de ellos es la particularidad de los perfiles en cuestión. Si no se dispone de las herramientas o madurez suficientes, este desajuste entre identidades, como la potencia de los padres y la debilidad del hijo, puede percibirse como devastador. Para muchos hijos, en especial los problemáticos, un padre exitoso no es solo un padre. Es un ideal inalcanzable. Un recordatorio del fracaso propio. Una figura ante la cual nunca sentirse suficiente. Este círculo vicioso de amor odio genera vergüenza estructural, frustración y rabia. Pocas emociones hay más potentes que el amor manchado de ira.
Cuando el hijo no es capaz de construir su propia identidad positiva, el rechazo se vuelve espejo: ante sí mismo y frente a los demás. Si las drogas se afianzan como escapatoria, anestesia, incluso como pertenencia y relato personal, se convierten en identidad. Una falsa libertad. A menudo los padres ayudan desesperadamente al hijo, pagan los mejores centros de rehabilitación hasta que vuelve a recaer, a ingresar, a recaer, y así, el hijo interioriza que solo se le quiere o vale cuando falla, traduce erróneamente el amor, siente que está en deuda y no lo soporta, porque no se soporta. Y si una persona no se quiere a sí misma, no sabrá querer a los demás.
Ese resentimiento no puede expresarse, porque se sabe que está injustificado, pero no desaparece. La culpa se vuelve autodestructiva y el sabotaje es continuo. Mientras se multiplican los halagos hacia el padre, o los elogios a la madre, se acumula el resentimiento, la comparación, y nace la sensación, errónea, de humillación. Rob Reiner era uno de los mejores cineastas de estos tiempos. Si finalmente se determina que Nick lo mató conscientemente, y también asesinó a su madre, incluso después de haberse rehabilitado o de haber trabajado a su lado, es posible que entrara en juego esa sombra tan alargada de complejidades no resueltas y frustraciones enquistadas, exacerbadas por el deterioro mental fruto de las sustancias. Desde el arrebato de rabia hasta la pérdida de control. Tanto si fue intencionado como si fue un acto psicótico, matar a quien te ha dado vida acaba siendo una cadena perpetua. Sin barrotes ni celdas.
