Las autoridades han mostrado cifras para ilustrar sus argumentos sobre la recuperación nacional. La economía, dicen, creció y ello es evidencia de cambios sustanciales. Los números se dice, están avalados por organismos internacionales.
De manera que el resto del año y el próximo, afirma el Gobierno, la situación ofrecerá nuevas oportunidades de progreso y bienestar. El caso es que el crecimiento por sí sólo no significa mucho, si bien es cierto que sin él no puede haber mejoría alguna.
El problema consiste en que a pesar del crecimiento económico alcanzado a lo largo de varias décadas, la situación de la mayoría de población no cambió en ese período. Y para colmo, más ciudadanos descendieron entonces a la llamada línea de pobreza extrema y la clase media desmejoró bajo el peso de la inflación. Tal vez sea todavía muy pronto para evaluar lo que la visión oficial representa para los dominicanos. Y lo será también para predecir qué nos puede deparar el nuevo cuatrienio que se inicia el 16 de agosto.
Las esperanzas que genera en amplias capas de población el optimismo oficial respecto a la economía, chocan con la posibilidad de que las prioridades nacionales sucumban ante el avance arrollador de los intereses partidistas. Si el Gobierno se mantiene fiel a sus obligaciones esenciales, garantiza disciplina en el gasto público y lo ajusta a las realidades, el país podría avanzar en la dirección correcta. El problema es cuánto de lo que se dice responde a una realidad fuera de toda duda.
Todo eso deberá caminar al lado de un serio esfuerzo por descontaminar el ambiente de corrupción que permea muchas áreas en el ámbito de los poderes y que el Ministerio Público se oriente en el sentido que el país ha esperado por mucho tiempo. Un esfuerzo que la nación debe respaldar con empeño y sin dobleces.