El auge de la democracia autocrática

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La democracia autocrática parecería ser un concepto contradictorio, porque la democracia y el autocratismo son principios de gobierno fundamentalmente opuestos. Sin embargo, el término ha generado popularidad como producto del aumento de sistemas o prácticas de gobierno que, aunque poseen características de una democracia, en realidad están marcados por rasgos autocráticos. En este tipo de régimen o sistema, frecuentemente existen instituciones democráticas funcionales, pero por diversas razones no se ejercen plenamente los principios de libertad y equidad que definen una democracia genuina.

La democracia, como concepto ideológico, se ha visto transformada en las sociedades modernas, por el debate que se genera en cuanto a la eficiencia de las estructuras de los modelos políticos tradicionales, que ponen en duda el sistema democrático, a pesar de lo funcional que sea internamente.

Diversos estudios realizados evidencian una evolución de la democracia desde la Guerra Fría hasta 2005, fecha en que empezó a exhibir un retroceso, en el que se avista el auge y mantenimiento en el poder de regímenes autocráticos, que violan los preceptos constitucionales y limitan las libertades civiles.

La Organización No Gubernamental (ONG) Freedom House, con sede en Washington, Estados Unidos, en su informe “Libertad en el Mundo 2022”, concluyó lo siguiente: “Gobiernos autoritarios en todas las regiones están trabajando juntos para consolidar el poder y acelerar sus ataques a la democracia y a los derechos humanos. Los derechos políticos y las libertades civiles han disminuido en todo el mundo durante cada uno de los últimos 16 años, lo que plantea la posibilidad de que la autocracia supere a la democracia como modelo de gobierno que guíe los estándares internacionales de comportamiento”.

Desde esta perspectiva podemos observar cómo figuras controversiales y con perfiles autocráticos han afianzado su liderazgo hasta convertirse en opciones reales de poder político en países que en el pasado tuvieron dictaduras militares.

El caso de Nayib Bukele en El Salvador es bastante particular. Logró su reelección por encima de la prohibición establecida en 6 artículos de la Constitución; además de concentrar todo el poder político, al destituir a los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) y al representante de la Fiscalía General de la República; así como instaurar un régimen de excepción para atacar a las pandillas de la delincuencia organizada, que es el principal logro de su primer mandato, pero que por igual le ha creado muchos cuestionamientos por las presuntas violaciones a los derechos humanos.

Hay quienes consideran que el Presidente de El Salvador tiene una dictadura con respaldo popular. Aunque son más las voces que sugieren “la solución Bukele” en cada país donde se registran problemas difíciles de abordar, como la inseguridad ciudadana y la corrupción que prevalece en muchos países latinoamericanos.

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Gideon Rachma en su ensayo “La era de los líderes autoritarios” publicado en la edición 216 de Política Exterior, recalca que “el auge de los líderes fuertes se ha convertido en una característica crucial de la política global”, cita como ejemplo a Washington, Moscú, Pekín, Nueva Delhi, Ankara, Budapest, Varsovia, Manila, Riad y Brasilia.

El ascenso de líderes fuertes al poder se debe además al creciente uso de los medios de comunicación y de herramientas tecnológicas para desplegar movimientos y campañas nacionalistas y populistas que han logrado difuminar la línea entre el mundo autoritario y el democrático.

Como se aprecia, el descalabro de los modelos políticos tradicionales, con sus repercusiones negativas en el desempeño de las economías y los índices de inseguridad, ha logrado posicionar política y electoralmente a liderazgos que se convirtieron en alternativas de poder, con una visión contraria a lo establecido.

A modo de reflexión, este fenómeno global es uno que vale la pena observar con detenimiento, ya que se trata de una tendencia que podría resultar peligrosa para la conservación de los valores e instituciones democráticas.

A propósito de la agenda electoral que iniciará nuestro país el próximo domingo, debemos tener presente que la democracia dominicana es cada vez más fuerte y prueba de ello es que hemos salido a flote ante la diversidad de dificultades sanitarias y procesales que nos han impuesto las circunstancias en el pasado reciente. Estoy seguro de que esta no será la excepción, y que los dominicanos harán uso de la prudencia para escoger lo que mejor conviene al país y a sus comunidades.

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