N adie va de smoking a bañarse a la playa de Boca Chica. Nadie va vestido de bombero a una boda. Nadie va vestido de diablo cojuelo a un velorio. Cada momento tiene su código de vestuario.
Así mismo debe ser para asistir al Teatro Nacional.
Ese lugar es como un templo de la cultura. Quitarle seriedad es relajar ese templo. Quitarle solemnidad, rigor, dignidad.
El dominicano, como todo caribeño que se respete, o no llega o se pasa.
Hay quienes han llegado al Teatro Nacional con el ombligo fuera, enseñando las nalgas o con el bluejean raído, las rodillas y los muslos a la vista.
El buen gusto es una actitud y uno puede tenerlo o no.
Pero las normas sociales son acuerdos la mayoría de las veces no escritos, pero que se encuentran en las bases de la convivencia.
Un día vi a un señor francés, turista, en una bermuda blanca, una camisetilla blanca y unas chancletas de goma, saliendo de un concierto en el Teatro Nacional Eduardo Brito. Me temo que ese señor jamás iría así al Teatro de la Ópera Garnier, de París. Entre otras razones, porque si no es función especial, a la cual hay que ir de smoking, se permite ir formalmente.
Pero aquí pudo pasar, seguramente por la amabilidad de nuestra gente, al tratarse de un europeo.
Hace unos pocos meses, el director del Teatro Nacional decretó a través de una circular que se podía asistir en blue jeans u otras prendas que no fuesen necesariamente de gala o las que usualmente se usan para ir a ese lugar.
Al principio la cosa se matuvo (según lo que fui viendo) dentro de lo permisible. Ahora mismo, ya están asistiendo con la cintura del pantalón por debajo de la zona donde se encuentra el extremo sur del intestino grueso.
Y muchachas listas como si fuesen para un teteo, aunque fuese un ‘teteo seguro’ de los que ha lanzado como inciativa el ministro de la Juventud.
El populismo es tan nefasto como el elitismo. Son extremos. No se trata de ir en traje si no se tiene, sino con su mejor ropita, limpia y planchada, es decir dignamente.