Maryline, de 72 años, llevaba 52 viviendo en una casa situada en la pequeña localidad francesa de Cossé-en-Champagne, en la región de Países del Loira. En 2019, un año después de la muerte de su marido, decidió ponerla a la venta y, finalmente, en diciembre de 2022, consiguió venderla a Grégory y Jean, una pareja de 47 y 42 años. Sin embargo, su mayor sorpresa llegó cuando los nuevos propietarios, al instalarse en su nueva vivienda, ofrecieron a Maryline que se quedara a vivir con ellos. “No podía creerlo”, cuenta la mujer en el medio francés Actu.
La historia de Maryline está ligada a la casa, ya que su familia llevaba viviendo en esta granja desde el siglo XIX. “Primero fueron inquilinos antes de convertirse en propietarios”, ha indicado. A lo largo de generaciones, la propiedad ha pasado de madres a hijas: “Mi madre nació en esta casa y mi abuela vivió allí”, ha reconocido Maryline.
Allí vivió también con su marido desde “el 23 de diciembre de 1972”, ha recordado. Aunque no se dedicaban a la agricultura, tenían una empresa de refrigeración y criaban conejos para luego vender. Con el paso de los años, sus hijas se hicieron mayores y dejaron la casa. La situación empeoró para Maryline en 2018, cuando perdió a su marido y las 15 hectáreas de la finca se le estaban haciendo demasiado grandes para mantenerlas adecuadamente. Por este motivo, y a pesar del vínculo que tenía con la vivienda, decidió ponerla a la venta “en noviembre de 2019”.
Años después, tras el covid y el confinamiento, la vivienda encontró nuevos propietarios: Grégory y Jean, una pareja residente en París, pero que buscaban “volver a sus raíces” y llevaban tiempo buscando una casa con una serie de criterios muy específicos. “Queríamos un terreno natural, un río, un entorno natural propicio para desarrollar una actividad agrícola independiente”, explican.
Al ver la casa, supieron que su proyecto de “naturaleza campesina” estaba más cerca de hacerse realidad. “Nos dijimos: está aquí“, han confesado.
La alegría de los nuevos propietarios por tener la granja de sus sueños contrastaba, sin embargo, con la tristeza de Maryline por dejar la casa de toda una vida y la presión por encontrar un nuevo hogar. A pesar de ello, la suerte le sonrió, ya que Grégory y Jean no pensaban decirle “gracias y adiós” a la antigua dueña. “Nos dijimos que había que pedirle que se quedara a vivir allí“, prosiguen.
Dieciocho meses más tarde, los tres se han convertido en perfectos compañeros de vivienda. “Hay espacio más que suficiente y en París estábamos acostumbrados a compartir alojamiento, aunque no fuera con mayores de 70 años”, han asegurado.
Aunque la idea era “darle tiempo para que busque y compre su casa”, los nuevos dueños no tienen prisa por que Maryline se vaya. “No nos pisamos, Maryline tiene su habitación y nosotros la nuestra. ¡Vamos de compras juntos y también comemos!”, han admitido.
Para Grégory y Jean, la llegada de Maryline a sus vidas “fue un gran factor de integración“. “Pudimos crear rápidamente una red de amistad y vecindad. Nos dio raíces”, ha indicado Gregory.
La mujer, por su parte, les ayudó a entender la historia del lugar y ahora disfruta de esta nueva vida junto a sus dos compañeros de casa. “Cuando nos hacemos mayores, solo vivimos con personas mayores; vivir con jóvenes cambia la vida“, se ha sincerado.
Maryline reconoce que a sus amigos les cuesta entender este nuevo modo de vida al que ya se ha acostumbrado. “Mis hijas son mayores que ellos, tengo dos hijos más, ¡eso es todo!”, ha zanjado.