Un mundo hipnotizado: mientras unos piensan, otros se entretienen

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Por Abril Peña Abreu

En República Dominicana, el país entero parece estar detenido frente a una pantalla, siguiendo minuto a minuto la llamada casa de Alofoke. Un millón de personas discutiendo en redes si quienes no consumen ese espectáculo son ‘clasistas’ o si criticarlo es ‘discriminar’. Discuten si el internet se comió a los medios tradicionales mientras la trivialidad se convierte en debate nacional, en tendencia, en adicción colectiva.

Pero lo que ocurre aquí no es exclusivo de RD. El fenómeno es global. En Estados Unidos, Europa y América Latina, millones dedican horas a consumir realities, videos cortos y polémicas superficiales mientras las cifras de lectura se desploman. Según la OCDE, la alfabetización funcional cae en las comunidades más vulnerables, y casi la mitad de los adultos en EE. UU. no leyó un solo libro en 2023. No es casualidad: es un síntoma de una nueva brecha social.

Las plataformas digitales funcionan con el mismo algoritmo en cualquier país: maximizar la atención, retener usuarios, fomentar la gratificación instantánea. El scroll infinito no distingue idioma ni frontera. TikTok, YouTube o Instagram premian lo polémico, lo emocional, lo vacío. Así, mientras unos pocos cultivan la concentración y el pensamiento crítico, la mayoría queda atrapada en un ciclo de estímulos rápidos que erosiona su capacidad de reflexión.

El filósofo Byung-Chul Han lo describió hace más de una década: vivimos en una sociedad de la distracción donde lo inmediato reemplaza a lo profundo. Lo que estamos viendo ahora es la consecuencia masiva de esa lógica: poblaciones enteras entretenidas, menos críticas y, por tanto, más manipulables.

¿Es esto un efecto inevitable de la tecnología? Quizás. Pero también resulta funcional para quienes ostentan el poder político y económico. Una ciudadanía distraída cuestiona menos, reclama menos y es más fácil de manipular mediante propaganda o narrativas digitales.

En EE. UU., las élites educan a sus hijos en escuelas sin pantallas. En Europa, familias de clase alta imponen límites estrictos al tiempo de dispositivos. En República Dominicana y gran parte de América Latina, mientras tanto, los sectores populares aprenden a navegar un celular mucho antes que a leer un libro completo. La desigualdad ya no es solo económica: es cognitiva.

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Lo de la casa de Alofoke es apenas un espejo local de esta dinámica global. Mientras un país entero dedica horas a observar un espectáculo vacío y alguien gana mucho dinero con eso, el verdadero poder —político, económico, corporativo— está en otro nivel, planificando el futuro.

El peligro no es el entretenimiento en sí mismo, sino su uso como anestesia social. Una sociedad que consume solo distracción se vuelve incapaz de reclamar cambios, de exigir cuentas, de cuestionar. En esa hipnosis colectiva, el guion del país lo escriben otros.

Mary Harrington lo advirtió en el New York Times: pensar críticamente se está volviendo un privilegio de las élites. En un mundo donde casi todo se mide en ‘likes’ y ‘views’, la verdadera diferencia de clase no será solo el dinero, sino la capacidad de concentrarse, leer y analizar.

El reto es enorme: ¿seguiremos hipnotizados frente al espectáculo, o recuperaremos el hábito de leer, de reflexionar, de pensar críticamente? Porque si no, el futuro lo seguirán decidiendo otros, mientras la mayoría se entretiene.

REDACCIÓN FV MEDIOS