En la frontera entre Israel y Líbano el silencio se ha convertido en una rareza. La vida de los escasos habitantes que quedan a ambos lados se hace con la constante sensación de que en cualquier momento el impacto de un mortero romperá la calma. Los intercambios de ataques entre el Ejército israelí y la milicia del partido chií Hezbolá han provocado un éxodo sin precedentes desde el 8 de octubre de 2023, cuando el grupo libanés comenzó a lanzar cohetes diariamente contra el norte de Israel como respuesta por la ofensiva en Gaza. La región contiene la respiración con cada acción hostil entre ambos, que la acerca a una guerra abierta que ya nadie se aventura a descartar.
El último episodio se ha producido esta semana con las explosiones simultaneas de buscas y walkie-talkies de miembros de Hezbolá que se atribuye al Mossad, el servicio de inteligencia de Israel. Las detonaciones de los miles de dispositivos entre el martes y el miércoles han dejado 37 muertos, entre ellos dos menores, y cerca de 3.000 heridos, de los cuales 1.400 continúan con heridas graves o moderadas, según el Ministerio de Salud libanés.
Javier Gil Guerrero, profesor de relaciones internacionales de Comillas ICADE, asegura a 20minutos que el sentido de hacer estallar los dispositivos era crear caos y confusión en toda la estructura y la cadena de mando de Hezbolá para aprovechar y atacar. Por ello, reconoce que “no es descartable una operación militar terrestre, porque si no, Israel habría perdido el elemento sorpresa y quemado una carta muy importante que nadie sabía que tenía”. Así lo dijo, de hecho, esta semana el secretario general de la ONU, António Guterres, que ha afirmado que “obviamente, la lógica de hacer explotar todos estos dispositivos es hacerlo como un ataque preventivo antes de una operación militar importante”.
Sobre por qué Israel ha realizado la operación en este momento existen varias hipótesis. Por un lado, algunos medios árabes aseguran que agentes de inteligencia de Hezbolá habían descubierto el plan e Israel decidió activarlo para no perderlo. Por otro lado, otra teoría apunta a un ultimátum por parte de Israel para que Hezbolá pare los ataques. Algo que no ha ocurrido. Los objetivos que ha buscado Israel son militares y, por ello, Salvador Sánchez Tapia, general de brigada del Ejército de Tierra e investigador principal del Center for Global Affairs & Strategic Studies, no descarta que la intención de Israel fuera únicamente “desarticular el sistema de mando y control de comunicación de Hezbolá”. “Tenga o no prevista una acción posterior, que no descarto que sea el preludio de algo más, no cabe duda de que esto ha desgastado militarmente a la organización libanesa”, añade.
El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallant, aseguró tras las explosiones de este miércoles que la guerra en Gaza comienza una “nueva fase” y que “el centro de gravedad se está desplazando hacia el norte”, por lo que “están desviando fuerzas, recursos y energía” hacia esa región, lo que apunta a un posible movimiento de tropas hacia esa zona. Por su parte, el líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, alertó el jueves en un mensaje televisado de que Israel había pasado todas las “líneas rojas” al hacer explotar los dispositivos en “hospitales, farmacias, mercados, tiendas, casas, coches y calles donde hay miles de civiles, de mujeres y niños”. “Quería atacar a los miembros de Hezbolá, pero también tuvo como objetivo a todo el entorno que les rodeaba”, agregó antes de añadir que Israel recibirá “severas represalias y castigos justos“.
¿Está la sociedad libanesa lista para una guerra abierta?
Nasrala ha reconocido que “sí han recibido un golpe duro y severo”, pero ha añadido que la población libanesa “no caerá”, sino que se hará “más fuerte y se prepara para lo peor”. No obstante, Hezbolá no es Líbano y la compleja estructura política y social libanesa arrastrada desde la guerra civil que terminó en 1990 y la guerra de principio de siglo con Israel ha dejado un país en constante conflicto interno entre confesiones religiosas y sectores sociales.
Sánchez Tapia señala que “en materia de seguridad quien manda en Líbano es Hezbolá”, por lo que el Ejército de Líbano puede o “responder a la invasión militar apoyando a Hezbolá o fragmentarse”, como ya ocurrió en el pasado. En este sentido recuerda que durante la guerra con Israel del 2006 el Estado hebreo recibió apoyo, entre otros grupos, de milicias falangistas maronitas, por lo que de ocurrir parecido “se podría superponer el conflicto con Israel con una guerra civil dentro de Líbano“.
También apunta a esta idea Javier Gil, que considera que “ni al gobierno libanés ni a la sociedad libanesa les interesa entrar en una guerra abierta con Israel”. Cabe destacar que las acciones de Hezbolá se enmarcan dentro de una guerra en favor de la causa palestina, que también tiene apoyo dentro de comunidades musulmanas suníes, pero “la fragmentación social ha llevado a un resentimiento enorme entre los grupos no chiíes contra Hezbolá“, por lo que “probablemente muchos libaneses se hayan incluso alegrado de lo que ha hecho Israel”, dice Gil.
Hézbolá no cuenta con un respaldo sin fisuras de la sociedad libanesa y la principal preocupación del Gobierno libanés es mantener al país unido, después de años de inestabilidad política, corrupción, señalamientos sociales y con una economía arruinada. “La relación entre Israel y el Líbano es mucho más compleja de lo que a simple vista podría parecer” y “una guerra es una garantía de más fisuras sociales y políticas”, apunta el profesor de Comillas ICADE.
Siria e Irán observan de reojo el conflicto en Líbano
Otra pata de este conflicto es la implicación de actores regionales como Siria e Irán, dos países que también han mantenido ataques cruzados con Israel en estos meses. En las últimas semanas Israel ha intensificado sus bombardeos a territorio sirio, sin embargo el Gobierno de Bashar Al Asad solo ha respondido con una denuncia pública. Algo parecido ha ocurrido con Irán, que después del asesinato en su territorio del líder de Hamas, Ismail Haniya, ha dicho que se reserva el derecho a responder, pero por el momento no se ha producido un episodio como el del pasado mes de abril, en el que Teherán e Israel se bombardearon mutuamente.
“Damasco es el eslabón más débil de este Eje de la Resistencia que ha creado Irán”, explica Gil, que señala que tras más de 13 años de guerra civil, “con la economía devastada y la sociedad extenuada, Asad es muy consciente de que lo último que necesita es embarcarse en otro conflicto“. El profesor afirma que el régimen sirio está buscando desesperadamente reintegrarse en la comunidad internacional pero que Asad se encuentra “entre la espada y la pared, porque Hezbolá e Irán le salvaron y ahora no puede echarlos del país”.
Con todo, Asad también es consciente de que los ataques de Israel se están dirigiendo contra lugares utilizados por la Guardia Revolucionaria iraní y Hezbolá, apunta Sánchez Tapia. “Irán está utilizando parte de Siria como proxy para sus conflictos, pero tampoco tiene gran interés en que esto escale hasta el punto de que tenga que intervenir directamente”, afirma el general de brigada. El régimen de los Ayatolás tiene desde el pasado mes de julio un nuevo presidente que se presenta como reformista y que no descarta el regreso de las negociaciones del acuerdo nuclear con Estados Unidos. Irán no descarta recuperar el acuerdo alcanzado con Obama para eliminar las sanciones y reflotar así su economía, por lo que las elecciones estadounidense de noviembre están marcadas dentro del calendario político iraní.
“Irán no tiene ningún interés en desencadenar una guerra regional que pudiera escalar a algo peor porque no tiene garantías de ganarla”, reconoce también Sánchez Tapia. El militar añade que con la situación interna de los últimos años en Irán, en donde se han producido varias revueltas sociales, entrar en una guerra abierta podría generar brechas que fueran usadas para “acabaran con la revolución islámica”.