Máxima expectación. El debate que enfrentará a Kamala Harris y Donald Trump el próximo martes 10 de septiembre en la cadena de televisión ABC puede ser determinante en la carrera a la Casa Blanca. Trump va diciendo que esa cita será el fin de la “luna de miel” de su contrincante, que ha ido subiendo en las encuestas desde la renuncia de Joe Biden hasta superar al candidato republicano, cuando tras los balbuceos del actual presidente en el primero de los debates y el posterior tiro en la oreja al republicano los sondeos le auguraban un paseo militar.
Los debates pesan mucho en la campañas presidenciales y en este caso todo presagia que lo harán aún más al testar si Harris está en condiciones de fajarse con un tiburón de la puesta en escena como es Trump. Significativa fue la negativa del equipo del candidato republicano a mantener abiertos los micrófonos a ambos oradores durante todo el debate, de forma que ninguno pueda interrumpir al contrincante mientras esté en el uso de la palabra. Esa norma, que en su día exigieron los demócratas para evitar que Donald Trump rompiera el discurso de Joe Biden y le sacara de quicio con sus interrupciones, es ahora impuesta por los republicanos en contra de los deseos de Kamala Harris.
El equipo de la candidata demócrata está convencido de que el peor enemigo de Trump es él mismo y cuanto pueda contribuir a que el republicano se desmadre será bueno para sus intereses. Los estrategas de Trump están rogándole que modere su agresividad por el bien de la campaña al tener testado que una parte muy considerable de su potencial electorado duda en votarle cuando pierde las formas. La pretensión de los demócratas es que Donald Trump se boicotee a sí mismo diciendo las mayores burradas posibles y así poner negro sobre blanco la diferencia entre una candidata presentable y un macarra de taberna.
En unas presidenciales todo cuenta y los histrionismos de Trump, que tanto agradan a los mas radicales que aplaudieron el asalto al Capitolio, son la mejor munición de los demócratas. Cuanto mas brutales sean las connotaciones sexistas y racistas de sus comentarios, más pueden incentivar a favor de Harris el voto de mujeres y minorías en los suburbios de los estados bisagra que son claves en el cómputo final.
Trump tiene un amplio historial de insultos burdos y acusaciones falaces contra sus oponentes y no le resulta fácil a su equipo templar esa actitud porque, al igual que el escorpión, está en su naturaleza. Hace unos días utilizó su red social para difundir un comentario en el que sugería que Kamala Harris intercambió favores sexuales para ascender en política, lo que da idea de su falta de límites.
En un debate de esta trascendencia, además de los discursos y las propuestas cuenta mucho la imagen de sí mismos que transmiten los contendientes. Casi nadie recuerda lo que propusieron o se dijeron Nixon y Kennedy en aquel histórico primer debate que tuvo lugar el 26 de septiembre de 1960 en la CBS de Chicago. Lo que quedó en la memoria de todos fue que Kennedy apareció bronceado y exultante y que a Nixon, que era el favorito, se le vio pálido, incómodo y, sobre todo, sudoroso, un sudor que le hizo perder el despacho oval.
En el debate del martes que viene los asesores de Kamala pretenden dejar patente que ahora el viejo chocho es Trump –no Biden, que ya no concursa– y sacarle partido a la sonrisa de su candidata, presentándola como la presidenta de la alegría frente a la mirada torva e iracunda del mayor propagador de odio de la historia de los Estados Unidos. Por la cuenta que nos trae, “que Dios bendiga América”.