El candidato presidencial republicano, Donald Trump, luce imbatible, altivo, seguro de sí mismo y con una sobreexposición mediática en la que no falta la victimización, sacando provecho a la condena en su contra por una diversidad de cargos, que incluyen falsedad documental, fraude fiscal y violación a las leyes, lo que lo convierte en el primer expresidente estadounidense inculpado por la comisión de delitos.
Al candidato republicano todavía le quedan por superar dos fases del proceso: el 11 de julio está previsto que el juez dicte la sentencia, que puede ser probatoria, arresto domiciliario o prisión de hasta 20 años; y 30 días después deberá anunciar si apelará o no.
De acuerdo con juristas estadounidenses consultados al respecto, lo más interesante de todo es que Trump puede continuar con sus aspiraciones y asumir funciones, si finalmente gana la presidencia de la república.
Consultado por la plataforma en español de CNNE, el profesor de Derecho de la Universidad de California en Los Ángeles, Richard L. Hasen -uno de los mayores expertos del país en derecho electoral- ha afirmado sistemáticamente que no hay nada en la Constitución estadounidense que impida a un criminal convicto presentarse al cargo más alto de la nación.
Otros han planteado que, si llega a la presidencia de la república, como aparentemente sucederá, entrará al debate si puede conmutar o perdonarse él mismo la pena, y se abrirá la posibilidad de que la Corte Suprema tenga que decidir, porque es un hecho sin precedentes.
Los sondeos tras la condena no se han hecho esperar y aportan datos interesantes. De acuerdo con el portal virtual del periódico colombiano El Tiempo, la firma ABC-Ipsos concluye que al menos la mitad de los estadounidenses, -el 50 por ciento- cree que el jurado llegó al veredicto correcto, mientras un 49 por ciento opina que el expresidente debería retirarse de la carrera. Como prueba de lo polarizada que está la situación, otro 47 por ciento dijo que los cargos contra Trump habían sido influenciados por la política.
Trump se ha convertido en todo un fenómeno, por su discurso frontal y sin titubeos a la hora de exponer sus opiniones sobre temas controversiales, en una nación que si bien es liberal en muchos aspectos, en cuanto a los planteamientos y posturas políticas es más conservadora.
El voto latino es decisivo en las elecciones presidenciales de noviembre, es el segmento de más rápido crecimiento en Estados Unidos. Con un estimado de 36 millones de votantes, los hispanos poseen una influencia significativa en estados claves como Arizona, Florida y Texas. En estos dos últimos, las encuestas publicadas en mayo daban ventaja a Trump.
La comunidad de votantes latinos es diversa y sus intereses varían según la generación a la que pertenecen, país de origen, región y situación socioeconómica, lo que implica que sus necesidades y las propuestas en torno a ellas no pueden tratarse de manera uniforme.
La capacidad de la comunidad hispana para influir en los resultados electorales es inmensa y puede inclinar la balanza en cualquier dirección, que por ahora parece beneficiar a un imbatible Donald Trump.