En política, hay algo más peligroso que un adversario con poder: un adversario con simpatía popular. Omar Fernández encarna ese fenómeno. Es joven, educado, prudente en el discurso y, sobre todo, conecta con una franja ciudadana cansada de la vieja retórica del pleito y el descrédito.

Quien intente personalizar el debate con él —convertirlo en blanco de ataques directos o descalificaciones— terminará fortaleciéndolo. En la era de las redes sociales, donde la percepción pesa más que la argumentación, el que agrede luce autoritario y el que mantiene la calma parece estadista.
Omar Fernández ha aprendido rápido: evita el choque, responde con elegancia y proyecta serenidad. Eso lo hace aún más peligroso políticamente para sus contrincantes. Cada ataque que recibe lo convierte en víctima y cada intento de ridiculizarlo lo hace crecer en simpatía.
El camino inteligente es debatir ideas, no personas. Enfrentarlo con odio es suicida; hacerlo con respeto es estratégico. Porque si el debate se personaliza con Omar Fernández… ya está perdido.
**REDACCIÓN FV MEDIOS**


