Vivir con un perro implica aprender cómo ser importante en la vida de alguien y, al mismo tiempo, amarse a uno mismo. Es un amor que está dispuesto a desafiar la muerte, incluso en situaciones trágicas.
Una historia que ilustra esto de manera conmovedora es la de Amanda Richmond Rogers, quien sacrificó su propia vida en un intento desesperado por salvar a su perro Groot de las aguas heladas de un río. Ambos perdieron la vida, pero sus cuerpos fueron encontrados tres meses después, unidos en un abrazo eterno.
El trágico sacrificio
Amanda Richmond Rogers, una enfermera de 45 años y madre de cuatro hijos, decidió dar un paseo a lo largo del río North Fork Eagle, en Montana, junto a su esposo Brian Rogers para celebrar su 18º aniversario de matrimonio el 23 de diciembre pasado. Sin embargo, la pareja no podía imaginar que ese momento idílico se convertiría en una tragedia. Uno de sus perros, Groot, cayó accidentalmente al agua mientras intentaba beber de una grieta en el hielo. Brian se lanzó de inmediato para intentar rescatarlo, pero fue en vano. No había rastro del animal. En ese momento, a pesar de las súplicas de su esposo, que apenas logró salir del agua, Amanda decidió lanzarse al río congelado, desafiando las temperaturas bajo cero y la fuerte corriente. Sin embargo, el intento de rescate terminó trágicamente cuando ni ella ni el perro pudieron volver a la superficie, desapareciendo bajo el hielo.
El reencuentro de Amanda y Groot
Aproximadamente tres meses después de aquel fatídico 23 de diciembre, llegó la noticia que todos esperaban pero que nadie quería escuchar: los cuerpos de Amanda y Groot fueron encontrados por un transeúnte. Jennifer, la hermana de Amanda, quiso compartir con los medios un detalle muy importante: la mujer de 45 años logró alcanzar a su amigo y cuando el río devolvió sus cuerpos, estos estaban abrazados.
Fue una última muestra de afecto para despedirse definitivamente. «Mi esposa amaba a sus perros casi tanto como a nuestros hijos, eran nuestra familia», dijo Brian Rogers. «No intervino para salvar ‘solo a un perro’, sino que para ella era un miembro más de la familia».
El dolor de los hijos
A principios de marzo, cuando ya era evidente que ninguno de los dos regresaría a casa, la familia, amigos y colegas organizaron un momento para recordar a Amanda Richmond. «Mi mamá deja este mundo sin arrepentimientos», dijo Leif, el hijo de 20 años. Liam, uno de sus hermanos adolescentes, agregó: «Era una persona tan única y especial que Dios no podía esperar para verla en el paraíso, y no lo culpo».
Y el pequeño Bodhi, de 10 años, dijo: «Habría dado cualquier cosa en el mundo a papá, a nosotros, sus hijos, y a sus perros, no pensaba en sí misma». Finalmente, August, el otro hijo adolescente, concluyó: «Reunirse para arrojar luz sobre esta terrible situación la haría llorar; no miraremos cuánto tiempo no pasamos con ella, sino todo el tiempo que pasamos juntos».
Esta historia llena de dolor nos enseña que el amor por nuestro perro es para siempre. El sacrificio de Amanda Richmond Rogers por su querido Groot es un testimonio conmovedor de la profunda conexión que existe entre los seres humanos y sus mascotas.