A finales de noviembre de 2025, Maryuri Gaspar, de 34 años, discutió con su hija de 18 por el uso del internet, puesto que había cambiado la clave del WiFi porque la joven pasaba casi todo el día en el celular.

La discusión subió de tono, la hija salió de la casa y regresó más tarde. Volvieron las ofensas, el ambiente se llenó de rabia y, según la investigación, la joven tomó un cuchillo de cocina y atacó a su madre. Maryuri fue llevada al hospital, pero murió por las heridas. La hija huyó, luego fue detenida, y el barrio quedó marcado por el miedo y la tristeza.
WiFi, discusión y un final irreversible
En Dosquebradas, la historia empezó con algo que parece simple: una madre preocupada por el tiempo que su hija pasaba conectada. Cambiar la clave del WiFi fue su forma de poner un límite. Para la joven, ese cambio se sintió como una guerra declarada.
Vecinos contaron a medios que ya habían visto peleas fuertes y hasta agresiones entre madre e hija. Nada de eso se denunció a tiempo. Lo que muchos vieron como “problemas de casa” terminó en un ataque con cuchillo que dejó a los otros hijos de Maryuri como testigos de un trauma que los acompañará siempre.

Violencia acumulada, rabia y falta de límites
Cuando los vecinos ya hablan de empujones, insultos y escenas de maltrato, significa que la violencia se volvió parte de la rutina. Sin reglas claras, sin respeto y sin alguien que ayude desde fuera, una pelea que empezó por un celular termina representando años de heridas no tratadas.
El papel del celular y del internet en las peleas de hoy
El celular es hoy casi una extensión del cuerpo para muchos jóvenes. Quitar el WiFi se siente como quitarles el aire, pero la tecnología no es la gran villana. El problema aparece cuando solo se imponen castigos, sin acuerdos ni explicaciones. Poner límites a las pantallas funciona mejor cuando también hay diálogo, confianza y coherencia de los adultos.
Cómo prevenir que una discusión en casa se salga de control
Ninguna familia está libre de pelear, pero la diferencia está en lo que pasa cuando la voz sube y el respeto baja. Si en casa ya hay miedo, insultos frecuentes o golpes, el riesgo de que ocurra algo más grave es real, no es una exageración.
Hablar del uso del celular, de los horarios y de las reglas cuando todos están tranquilos ayuda más que esperar a que explote la rabia. Escuchar lo que sienten hijas e hijos, aunque no se esté de acuerdo, baja la tensión y abre espacio para soluciones menos dolorosas.
Hablar antes de gritar: acuerdos sencillos en familia
Un acuerdo sencillo puede ser pactar horarios de internet, decidir juntos en qué momentos se guarda el celular y respetar cuando alguien pide una pausa para calmarse. Si una conversación se calienta, alejarse unos minutos antes de decir o hacer algo dañino es un acto de cuidado, no de debilidad.
Si ya hay golpes, amenazas graves o miedo constante en casa, es señal de alarma. Buscar apoyo psicológico, hablar con alguien de confianza o acudir a las autoridades no es traicionar a la familia, es protegerla. Pedir ayuda a tiempo puede evitar que una agresión termine en una noticia trágica.



