En junio y julio de 2025, la policía de Lap Lae, en el norte de Tailandia, encontró a un niño de 8 años viviendo casi solo en una casa destrozada, rodeado de perros callejeros. No hablaba, no iba a la escuela, no jugaba con otros niños. Ladraba.
La escena recuerda a los casos clásicos de niños salvajes, esos niños que crecen sin un contacto humano normal. Detrás del impacto inicial hay una pregunta incómoda: qué dice esta historia sobre el abandono, la familia y el papel del cariño y del lenguaje en la infancia.

Esta es una historia dura, pero también una oportunidad para entender cómo un niño se adapta para sobrevivir cuando los adultos desaparecen de verdad de su vida.
La vida de un niño criado entre perros
Las autoridades encontraron al niño en Lap Lae, en una pequeña casa casi en ruinas, sucia y sin apenas muebles. Vivía aislado, rodeado por varios perros que entraban y salían sin control. Para los vecinos era casi un fantasma, un niño que casi nadie veía y del que circulaban rumores.
Los informes locales señalan que su madre consumía metanfetaminas y que el dinero reservado para su educación habría terminado en drogas. Había un hermano mayor, de unos 23 años, pero tampoco ejercía un cuidado real. Ambos adultos dieron positivo en drogas y fueron detenidos. El niño quedó, en la práctica, solo con los perros y con una casa que no era un hogar.
No iba a la escuela, no recibía atención médica, casi no tenía contacto con otros niños. Cuando lo rescataron, estaba desnutrido, muy delgado, con claros signos de abandono prolongado. Lo más llamativo para quienes lo vieron fue su forma de comunicarse: no usaba palabras, solo ladridos y sonidos que imitaban a los animales que lo rodeaban.
Un niño abandonado en casa y acompañado solo por perros
Aunque vivía bajo un techo, estaba profundamente abandonado. No tenía amigos, ni maestros, ni adultos que lo miraran de verdad a los ojos. Su día a día giraba en torno a los perros, que eran su única compañía constante y su único modelo de relación.
En ese contexto, copiar su comportamiento no es algo extraño. Es una forma de pertenecer al único grupo que lo aceptaba. Si los perros se mueven de cierta manera, comen de cierta manera y se expresan con ladridos, el niño aprende que esa es la forma de estar en el mundo.
Más que un caso raro, es la respuesta lógica de un cerebro infantil que intenta encajar en el único entorno que tiene.

Por qué el niño ladraba y qué nos dice esto sobre el lenguaje
Los niños aprenden a hablar porque escuchan hablar a otros humanos casi todo el tiempo. Oyen palabras, tonos, gestos, y poco a poco los imitan. Si en vez de palabras solo escuchan ladridos y ruidos de la calle, eso es lo que su cerebro toma como modelo.
Los especialistas hablan de un período crítico para el lenguaje. Es una etapa, sobre todo en los primeros años, en la que el cerebro está muy abierto a aprender a hablar. Si en ese tiempo el niño no escucha conversaciones, no practica sonidos humanos y no recibe respuestas, aprender después se vuelve mucho más difícil.
En el caso del niño de Lap Lae, los ladridos no son un capricho ni una exageración mediática. Son la prueba de que pasó años sin un intercambio humano normal.
Qué tipo de ayuda necesita un niño después de tanto abandono
La recuperación pasa por terapias de lenguaje que introducen poco a poco sonidos y palabras, juegos guiados donde el niño aprende a esperar turnos y a mirar a los demás, y una rutina diaria clara que dé seguridad.
Hace falta acompañamiento psicológico para manejar el miedo y la desconfianza, un entorno estable sin violencia ni cambios bruscos y mucha paciencia por parte de todos. Cada pequeña palabra nueva, cada gesto de cariño aceptado, es un avance real.
Por qué aún hay esperanza incluso si el daño es grande
Aunque exista una ventana importante para aprender a hablar y socializar, los niños no se cierran por completo al cambio. Pueden lograr mejoras, a veces pequeñas, pero muy significativas para su calidad de vida.
Lo más importante es no culpar al niño. Él es una víctima, no un problema. Merece protección, respeto y tiempo. La esperanza está en acompañarlo sin prisas, sin exigirle que se convierta en un niño “normal”, sino en ayudarlo a estar un poco mejor cada día.
Historias que se repiten
A finales del siglo dieciocho, en Francia, apareció Victor de l’Aveyron, un niño encontrado en un bosque, casi sin lenguaje y con grandes dificultades para adaptarse a la vida social. En los años setenta, en Estados Unidos, se conoció el caso de Genie, una niña que pasó años encerrada, sin contacto normal con su familia.
En ambos casos, los especialistas intentaron enseñarles a hablar y a relacionarse. Hubo algunos avances, pero nunca alcanzaron un desarrollo lingüístico típico. El patrón se repite: sin cariño, sin conversación diaria, sin juego, el lenguaje y la identidad se ven gravemente afectados.



