Dormir con la televisión prendida se ha convertido en un hábito
frecuente en entornos urbanos y modernos, donde el ritmo diario
puede dejar al cerebro sobrecargado a la hora de acostarse. Este
comportamiento, aparentemente inofensivo, guarda significados
emocionales y fisiológicos clave que la psicología ha empezado a
descifrar con claridad. Más allá de una simple costumbre, encerrar
en sí una respuesta a necesidades internas
profundas y patrones adquiridos desde etapas
tempranas.
El
televisor como compañía y refugio emocional
Muchas personas descubren que apagar la televisión a la hora de
dormir les produce inquietud. La voz que sale de fondo y la luz
tenue que emite la pantalla funcionan como un escudo frente al
vacío del silencio nocturno. Según especialistas en salud mental,
este acto crea una sensación de compañía y
seguridad. Ante la soledad o el estrés, el sonido
controlado del televisor ayuda a suavizar la tensión acumulada,
trasformando el ambiente en un espacio percibido como más
acogedor.

Para quienes han atravesado experiencias difíciles o arrastran
miedos persistentes, la rutina de dormir con la televisión
encendida puede ser vista como una forma de evitar pensamientos
intrusivos. El contenido visual y auditivo distrae al cerebro,
mitigando la aparición de preocupaciones intensas que suelen
presentarse en los momentos de calma.
Patrones aprendidos
desde la infancia
La psicología conductual sostiene que estas costumbres pueden
tener raíz en experiencias de la niñez. Si un niño asocia el rito
de dormir con
la presencia de luz y ruido, es habitual que busque esa misma
atmósfera al crecer. El patrón se convierte en un automatismo: el
cerebro necesita esos estímulos para dar la señal de relajarse y
prepararse para el descanso. Así aparecen pequeñas dependencias,
donde el silencio y la oscuridad despiertan sentimientos de
inseguridad.
Este fenómeno también está relacionado con el miedo a la
oscuridad y los sentimientos de desprotección surgidos en
las primeras etapas de la vida. Los psicólogos señalan que quienes
presentan mayores niveles de ansiedad o han vivido situaciones de
abandono, son más propensos a buscar estímulos externos al
dormir.
Impacto de
la luz azul en el sueño y la salud
Dormir con la televisión prendida no solo responde a necesidades
emocionales. Tiene efectos claros en la calidad del sueño debido a
la exposición continua a la luz azul que emiten
las pantallas. Esta luz interfiere con la producción natural de
melatonina, una hormona que regula el ciclo
sueño-vigilia. La melatonina actúa como una especie de “reloj
biológico”, señalando al cuerpo cuándo es momento de descansar.
Cuando este ciclo se altera, el resultado suele ser un sueño
superficial e interrumpido. La persona puede amanecer cansada, con
la mente dispersa y experimentar variaciones en su estado de ánimo.
Estudios recientes señalan que la exposición nocturna a luz
artificial puede, a largo plazo, aumentar la frecuencia cardíaca y
elevar los niveles de resistencia a la insulina, dos factores
directamente relacionados con la aparición de enfermedades
metabólicas y cardiovasculares.
Además, mantener la mente en estado de alerta, aunque sea de
forma mínima, obliga al cuerpo a sostener respuestas fisiológicas
asociadas al estrés. El cerebro, en vez de descansar y repararse,
permanece atento al estímulo constante, incluso cuando se trata
solo de un murmullo televisivo.

Necesidades
emocionales encubiertas
Dormir con la televisión encendida revela, muchas veces, más de
lo que aparenta. En el fondo, este acto puede funcionar como un
mecanismo de regulación emocional. Permite que la
persona mantenga una ilusión de control sobre su entorno, quitando
protagonismo a sensaciones de vulnerabilidad que aparecen en el
silencio de la noche.
Especialistas subrayan que este comportamiento puede estar
motivado por la necesidad de mantener la mente ocupada y evitar
enfrentar emociones incómodas. En ocasiones, también es una
estrategia para combatir la ansiedad o evitar el
contacto con recuerdos dolorosos. De fondo, subyacen inseguridades,
vacíos afectivos o problemas no resueltos que encuentran en el
televisor un refugio transitorio.
Riesgos a
largo plazo y alternativas saludables
Aunque este hábito se perciba como inofensivo o incluso
necesario, los riesgos para la salud no pueden obviarse. Con el
tiempo, la interrupción del sueño profundo y las alteraciones
hormonales pueden aumentar el riesgo de sufrir
obesidad, trastornos metabólicos, y enfermedades
neurodegenerativas como
Alzheimer o Parkinson.
Los expertos en higiene del sueño recomiendan buscar opciones
que sustituyan la estimulación visual y auditiva intensa. Cambiar
el televisor por sonidos relajantes, como música suave o
grabaciones de ruido blanco, puede ayudar a crear una atmósfera
tranquila sin afectar la producción de melatonina. Crear rituales
positivos antes de dormir (como leer, practicar respiración
consciente o limitar el uso de pantallas) también resulta
beneficioso para quienes buscan mejorar la calidad de su
descanso.
La
importancia de escuchar lo que hay detrás de la
costumbre
Dormir con
el televisor encendido no es solo una moda ni una simple elección.
Es el reflejo de carencias afectivas, aprendizajes pasados y
necesidades actuales de manejar el estrés o la soledad. Reconocer
qué impulsa a desarrollar este hábito puede ser el primer paso para
buscar estrategias más sanas o, si es necesario, consultar con un
profesional.
Comprender estos patrones abre la puerta a un descanso más
reparador y a una mayor consciencia de los factores emocionales que
influyen en el bienestar diario. Mientras que la televisión y la
luz artificial sean parte de la rutina de descanso, es clave poner
atención a cómo afectan el cuerpo y la mente, para no convertir una
solución rápida en un problema de fondo.


