A pesar de que República Dominicana registra más de 600 suicidios al año y el tema se repite en cada discurso oficial, el presupuesto asignado a la salud mental sigue siendo inferior al 1 % del gasto sanitario, en un sistema que ya invierte menos del 3 % del PIB en salud.

@abrilpenaabreu
Cada 10 de septiembre, cuando el mundo conmemora el Día de la Prevención del Suicidio, República Dominicana vuelve a poner sobre la mesa un problema que se discute mucho, pero al que se dedica muy poco. Las cifras oficiales revelan que en 2024 se registraron 651 suicidios, de los cuales más del 80 % fueron hombres y casi la mitad correspondieron a personas en edad productiva, entre 25 y 49 años. Detrás de cada número hay familias destruidas, comunidades enlutadas y un Estado que, en lugar de ofrecer respuestas, ofrece excusas y ayer no fue la excepción,
El país se ha acostumbrado a escuchar discursos sobre la importancia de la salud mental. Sin embargo, los hechos revelan un contraste alarmante: menos del 1 % del presupuesto de salud se destina a salud mental, y este ministerio, que ya recibe menos del 3 % del PIB —colocándonos entre los países de América Latina con menor inversión en salud—, no tiene cómo sostener programas de prevención y atención sostenibles.
Peor aún, el departamento de Salud Mental lleva meses acéfalo, como si se tratara de un área secundaria en un momento en que la violencia, la depresión, los trastornos de ansiedad y los intentos de suicidio se multiplican en la sociedad dominicana. Esta ausencia de dirección no solo es simbólica: refleja la falta de compromiso real con un tema que se utiliza como estandarte en campañas políticas, pero que no se traduce en políticas públicas ni en recursos tangibles.
Mientras tanto, cada año seguimos contando cientos de muertes evitables. Y aunque las estadísticas muestran que los menores de edad son el grupo de menor incidencia, su sola presencia en la lista de víctimas debería ser suficiente para encender todas las alarmas.
Hablar de salud mental sin presupuesto, sin instituciones fortalecidas y sin estrategias de prevención es, sencillamente, hablar en vano. La realidad es que en República Dominicana la salud mental es un discurso vacío.
El Estado debe decidir si continuará limitándose a conmemorar un día al año o si asumirá la responsabilidad de invertir en políticas que realmente protejan la vida de los dominicanos. Porque la indiferencia institucional, esa que deja a un departamento acéfalo y sin recursos, mata más que la enfermedad misma.


