#Salud: los tres factores que están disparando los casos

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El ictus, también conocido como accidente
cerebrovascular
, ha mostrado un crecimiento preocupante en
todo el mundo durante las últimas décadas. Lejos de ser un problema
solo de personas mayores, hoy afecta cada vez más a jóvenes y
adultos de mediana edad. Las estadísticas recientes reflejan
un aumento del 70% en los casos generales en los
últimos 30 años y una tendencia al alza particularmente en la
población de entre 18 y 64 años.

El impacto es enorme: no solo en la salud individual, sino en la
carga social, económica y en la calidad de vida de millones de
familias. Los principales grupos afectados son adultos
mayores
, aunque el fenómeno se expande entre los menores
de 55 años, con una marcada presencia en regiones donde el acceso a
la salud y la prevención siguen siendo limitados.

Factores
ambientales y metabólicos detrás del aumento del ictus

Las causas del crecimiento en la incidencia del ictus
son complejas pero claras: una combinación de cambios en el
ambiente, factores climáticos extremos y problemas metabólicos. La
contaminación del aire, el calentamiento global y la obesidad han
transformado el mapa de riesgo cardiovascular. La exposición
crónica a partículas suspendidas y gases tóxicos en entornos
urbanos afecta la salud cerebral, mientras que el
cambio climático y las temperaturas extremas se convierten en
desencadenantes silenciosos. Todo esto se suma a una realidad en la
que la hipertensión arterial, la obesidad y la inactividad física
avanzan más rápido que las políticas de prevención.

La
contaminación del aire y su impacto en la salud
cerebral

El aire que se respira puede ser tan dañino para el cerebro como
el
consumo de tabaco
. Las últimas investigaciones destacan la
contaminación por partículas en suspensión (PM2,5,
PM10 y ultrafinas) como un factor decisivo en el incremento de los
ictus, sobre todo los de tipo hemorrágico. Estas partículas cruzan
la barrera pulmonar, circulan en el torrente sanguíneo y generan
inflamación, daño endotelial y favorecen procesos como la
aterosclerosis. Estudios recientes muestran que hasta el
14% de las muertes y discapacidades por ictus
hemorrágico
se relacionan directamente con la polución
ambiental, un dato equiparable al peso del tabaquismo. No solo la
exposición urbana afecta: los
metales pesados
presentes en agua, suelos y alimentos, como
plomo y mercurio, también dañan el sistema vascular y cerebral.


Temperaturas extremas y cambio climático: nuevos riesgos
para el cerebro

El calentamiento global trae consigo olas de calor y frío
intenso, fenómenos que han incrementado el riesgo de ictus a un
ritmo alarmante. Desde 1990, los ictus vinculados a temperaturas
extremas han subido un 72%, afectando sobre todo a
mayores de 65 años y personas con enfermedades
crónicas
. El cuerpo responde a estos cambios con
deshidratación
, hemoconcentración y desregulación de la

presión arterial
, condiciones que favorecen la formación de
coágulos o la ruptura de vasos sanguíneos cerebrales. El impacto es
aún mayor en zonas urbanas y regiones templadas, donde la
infraestructura y los hábitos aún no se adaptan a estos nuevos
escenarios climáticos. La interacción entre clima, contaminación y
otras enfermedades crea un círculo vicioso que amplifica el
riesgo.

Foto Freepik


Hipertensión y obesidad: los factores clave que se pueden
modificar

En la raíz del problema se encuentran la hipertensión
arterial
y la obesidad, responsables de
la mayoría de los ictus registrados. Se estima que más del
50% de los ictus
se deben a presión arterial elevada, con
cifras de obesidad en aumento, incluso entre jóvenes y niños. El
exceso de peso y la acumulación de grasa visceral favorecen estados
inflamatorios crónicos, resistencia a la insulina y alteraciones en
la coagulación, mientras que la hipertensión daña directamente los
vasos sanguíneos cerebrales. A pesar de ser factores controlables,
la falta de detección temprana y la poca efectividad de las
campañas de salud pública dificultan el control real del problema.
La buena noticia es que hasta el 90% de los casos de ictus
serían prevenibles
con una gestión adecuada de estos
riesgos.

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Cambios en los hábitos y desigualdades: detonantes del ictus
en poblaciones jóvenes

Un giro preocupante en la epidemiología del ictus es su rápido
crecimiento en poblaciones menores de 55 años. El
estilo de vida moderno, dominado por trabajo sedentario, estrés
crónico, consumo elevado de ultraprocesados y baja actividad
física, actúa como un caldo de cultivo para la enfermedad vascular.
El acceso desigual a la atención sanitaria, la educación deficiente
en salud y las diferencias socioeconómicas también juegan un papel
determinante en el aumento de los casos, especialmente en áreas
urbanas densamente pobladas y comunidades marginadas.

Sedentarismo,
tabaquismo y dieta: responsables silenciosos

La falta de movimiento se ha convertido en uno de los peores
enemigos de la salud cerebral. Horas frente a pantallas, rutinas
sin ejercicio y un entorno que incentiva la comodidad han hecho del
sedentarismo un factor común en jóvenes y adultos. Al mismo tiempo,
el tabaquismo y la dieta rica en sodio,
grasas saturadas y azúcares
aumentan el daño a los vasos
cerebrales y elevan la presión arterial. El consumo de opioides y
otras drogas añade un riesgo extra, amplificando la probabilidad de
sufrir un ictus incluso en edades tempranas. Aunque silenciosos,
estos hábitos deterioran poco a poco la salud de millones, sin
síntomas previos pero con consecuencias devastadoras.

Desigualdades
socioeconómicas y acceso limitado a la salud

El lugar en que se nace y se vive determina las posibilidades de
prevenir y tratar un ictus. Las barreras económicas,
educativas y geográficas
dificultan el acceso a controles
médicos regulares, diagnóstico temprano y tratamientos efectivos en
muchas comunidades. En países de ingresos bajos y medios, la falta
de recursos para medicamentos básicos y atención de urgencia agrava
el problema. Las campañas de concienciación tienen poco alcance en
zonas rurales o barrios deprimidos, perpetuando una brecha que
condena a miles a secuelas irreversibles o muerte prematura. La
equidad en la salud sigue siendo una meta lejana,
pero esencial para frenar el avance de la epidemia.

Queda claro que el aumento de los ictus no es
solo una cuestión genética o de edad. Es el resultado de
circunstancias ambientales, sociales y metabólicas que, en muchos
casos, pueden prevenirse con decisiones políticas, cambios de
hábitos y mayor acceso a la atención sanitaria. Solo con un
abordaje integral será posible detener el avance de esta enfermedad
y reducir su inmenso impacto en las próximas generaciones.

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