El título no exagera. Entre jóvenes y en redes sociales se ha normalizado la idea de que, si alguien vomita, luego puede seguir bebiendo como si nada. Se presenta casi como un reto o una anécdota graciosa, cuando en realidad es una señal clara de que el cuerpo está saturado de alcohol.
El organismo no vomita para ayudar a alargar la fiesta, sino porque interpreta lo que hay en el estómago como algo tóxico. El vómito es una reacción de defensa, no un truco para empezar de cero. Esta práctica, presentada como juego, oculta riesgos para la salud que pueden ser graves en una sola noche y aún peores si se repite con frecuencia.

Por qué el cuerpo vomita después de beber alcohol (y qué significa de verdad)
Cuando una persona bebe, el alcohol irrita las mucosas del estómago y del esófago. El hígado intenta procesarlo, lo transforma en compuestos como el acetaldehído, que también resultan agresivos para los tejidos. Si la cantidad ingerida supera lo que el organismo puede manejar, aparecen náuseas y vómitos.
No existe una dosis fija que garantice que alguien no va a vomitar. Cada cuerpo tiene su límite y ese límite depende de muchos factores, como el peso, la velocidad de consumo o si se ha comido antes. La sensación de alivio tras vaciar el estómago es engañosa. Aunque el estómago quede más vacío, gran parte del alcohol ya ha pasado a la sangre y sigue actuando sobre el cerebro, el hígado y otros órganos.
El falso mito de vomitar para evitar la resaca o la intoxicación
Entre los mitos sobre el alcohol, uno de los más peligrosos es creer que vomitar evita la resaca o reduce la intoxicación etílica. Para cuando el cuerpo llega al punto de vomitar, una cantidad importante de alcohol ya se ha absorbido. El daño interno está en marcha, aunque la persona se sienta algo más ligera.
Provocar el vómito de forma voluntaria tampoco bloquea el riesgo de coma etílico. Únicamente añade más irritación en la garganta, el esófago y el estómago, y aumenta la posibilidad de complicaciones, sin ofrecer ninguna protección real frente a la intoxicación.
Riesgos inmediatos de vomitar para seguir bebiendo que casi nadie cuenta
Vomitar no solo expulsa parte del contenido del estómago. Al combinar consumo elevado de alcohol y vómitos repetidos en pocas horas, se produce una fuerte deshidratación, con pérdida de líquidos y sales minerales. La persona puede notar cansancio extremo, mareo, boca muy seca y más náuseas.
El esfuerzo continuo al vomitar también provoca daño digestivo. La mucosa gástrica se inflama, se agravan gastritis previas y pueden aparecer gastropatías y microlesiones que, con el tiempo, favorecen úlceras. Este castigo al tubo digestivo en una sola noche sienta las bases para problemas que luego se vuelven crónicos si el patrón de consumo se mantiene.

Deshidratación, malnutrición y daño digestivo en una sola noche
El alcohol tiene efecto diurético, obliga a orinar más de lo normal y, si se añade el vómito, la pérdida de agua se dispara. Esta deshidratación altera el funcionamiento normal del organismo, desde el cerebro hasta los riñones.
A la vez, se pierden alimentos parcialmente digeridos y se reduce la absorción de nutrientes. Si este comportamiento se repite, aparece malnutrición, se debilitan las defensas y el aparato digestivo se vuelve más frágil. Un consumo alto y repetido, con vómitos frecuentes, se asocia a gastropatías, gastritis persistente y mayor riesgo de lesiones en el esófago y el estómago.
Ahogamiento, neumonía por aspiración y daño dental
En un contexto de gran embriaguez, la persona puede perder reflejos de protección y coordinar mal la respiración. Parte del vómito puede pasar a la tráquea y a los pulmones, lo que se conoce como neumonía por aspiración. Este cuadro puede causar infección pulmonar grave, insuficiencia respiratoria y, en los casos más extremos, ahogamiento y muerte.
La boca también sufre. El contenido gástrico es muy ácido y, al entrar en contacto repetido con los dientes, erosiona el esmalte. Con el tiempo aumentan la sensibilidad dental, las caries y el desgaste de la dentadura. Este daño digestivo y oral empieza en una noche de exceso pero se multiplica si la conducta se cronifica.
Cuando el ‘truco’ se convierte en hábito: señales de alarma y papel del farmacéutico
Cuando alguien induce el vómito de forma repetida para seguir bebiendo, ya no se habla de un simple exceso puntual. Es una señal de una relación dañina con el alcohol, que puede encajar en un trastorno por consumo de alcohol o rozar conductas propias de un trastorno de la conducta alimentaria.
A medio y largo plazo aparecen daño crónico del tubo digestivo, déficit de nutrientes, problemas hepáticos y problemas pulmonares recurrentes ligados a microaspiraciones y defensas bajas. En este escenario, el farmacéutico tiene un papel clave. Desde el mostrador puede detectar la normalización de estos “trucos”, ofrecer información clara, proponer pautas de reducción de consumo y derivar a ayuda profesional cuando sospecha un abuso o una intoxicación repetida.
Al hablar de prevención, la base siempre es la misma: reducir la cantidad de alcohol, no seguir bebiendo después de un vómito y buscar atención urgente si hay signos de intoxicación etílica grave, como dificultad para respirar, desorientación intensa o pérdida de conciencia. La farmacia se convierte en un espacio cercano donde recibir orientación sobre un consumo más responsable de alcohol y donde empezar a pedir ayuda sin juicios ni etiquetas.



