#Salud: Lo que los gatos esconden: curiosidades y secretos felinos

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¿Alguna vez un gato ha comenzado a ronronear justo cuando
parecía nervioso? Quien convive con felinos reconoce esa mezcla de
ternura y misterio que enciende preguntas. Los gatos se hacen
querer, pero también desconciertan. Entre silencios, miradas fijas
y pasos de seda, guardan señales que parecen invisibles para ojos
distraídos.

Comportamientos
que revelan su mundo interior

El famoso amasado con las patas es más que una
manía adorable. Nace de su etapa de cachorro, cuando presionaban el
vientre de la madre para estimular la leche. En la vida adulta
indica comodidad, recuerdo de seguridad y hasta reclamación de
espacio propio. Si amasan sobre una manta, probablemente están
creando su “zona segura”. Este gesto, observado por etólogos,
también libera feromonas de las almohadillas, una forma sutil de
decir “aquí me siento bien”.

El lenguaje de la cola erguida habla de
confianza y saludo. Un gato que avanza con la cola recta y la punta
ligeramente curvada suele estar de buen ánimo. En cambio, una cola
que vibra rápido puede anunciar molestia o sobreexcitación. Si el
gato mueve la cola despacio mientras acecha, suele estar
concentrado. Mirar la cola es como leer un termómetro emocional en
movimiento.

El parpadeo lento se ha vuelto famoso entre
cuidadores atentos. No es un simple guiño, es un “confío en ti”.
Responde a la lógica de la caza, donde la mirada fija es un reto.
Un parpadeo suave transmite calma y reduce tensiones. Devolverle
ese parpadeo ayuda a reforzar el vínculo y baja el tono de
cualquier posible conflicto.

El lamido social también dice mucho. En grupos
estables, los
gatos
se lamen para compartir olor y crear una identidad común.
En casa, pueden lamer a una persona favorita para incluirla en su
círculo. Si de pronto el lamido se vuelve insistente, puede ser una
señal de ansiedad o aburrimiento. Ofrecer juego o descanso a tiempo
evita convertirlo en hábito compulsivo.

El ronroneo: más
que un sonido de contento

El ronroneo es un instrumento versátil. Muchos gatos ronronean
cuando disfrutan, pero también cuando sienten dolor, miedo o buscan
calmarse. Estudios recientes describen vibraciones en rangos que
coinciden con frecuencias usadas en terapias para hueso y tejido
blando. La idea es simple, aunque fascinante: la vibración podría
favorecer la regeneración y modular el dolor.

En clínicas veterinarias se escucha a menudo ese motorcito al
mínimo. Un gato puede ronronear en una mesa fría, no por placer,
sino para regular su estrés. También se ha observado que madres y
crías se orientan con el ronroneo en momentos de descanso. Escuchar
el contexto ayuda a interpretarlo. Si ronronea y se esconde, tal
vez está pidiendo alivio, no caricias.

La mirada felina:
comunicación silenciosa

Los ojos de un gato cambian con su emoción y con la luz. Pupilas
muy abiertas pueden indicar sorpresa, juego o alerta. En un salón
con luz tenue se dilatan por necesidad, pero si ocurre de golpe en
un ambiente normal, suele haber excitación. Ojos entrecerrados
señalan calma, descanso y confianza. La mirada fija, sin parpadear,
es una invitación a medir fuerzas.

Sus ancestros cazaban en penumbra y guardaron ese control
visual. Para comunicarse mejor, conviene no sostener un reto
directo si el gato está tenso. Un parpadeo suave, un giro leve de
la cabeza y un tono tranquilo bajan la carga. El lenguaje de los
ojos es una pista fina, pero consistente.

Anatomía y
sentidos: adaptaciones sorprendentes

Los bigotes son antenas de precisión. No son
pelos comunes, son vibrisas conectadas a terminaciones nerviosas
muy sensibles. Detectan cambios en el aire y vibraciones sutiles
que los guían entre muebles, bordes y huecos. Un gato puede “medir”
con los bigotes si cabe por un espacio estrecho. De ahí su
fascinación por cajas y túneles. Cortar vibrisas desorienta y
afecta su equilibrio.

La visión crepuscular explica su seguridad en
la penumbra. Su retina capta mejor la poca luz, y una capa
reflectante interna, el tapetum lucidum, multiplica lo que entra.
Ven formas y movimiento cuando la persona solo ve sombras. En
cambio, distinguen menos colores y detalles finos a plena luz. Sus
ojos están ajustados para el amanecer y el atardecer.

Las orejas son auténticos radares. Cada una mueve hasta 32
músculos y puede girar de forma independiente para localizar
sonidos con precisión. Un clic lejano, un insecto oculto o una
llave en la puerta activan una respuesta rápida. Esa movilidad
lateral y vertical crea un mapa sonoro instantáneo.

El olfato marca diferencias a diario. Se calcula que un gato
percibe olores con una sensibilidad unas 14 veces mayor que la
humana. También cuenta con el órgano vomeronasal para leer
feromonas. Por eso puede rechazar una comida “igual” si el envase
cambió o si la superficie conserva otro olor. El aroma, más que el
sabor, guía muchas de sus decisiones.

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Su esqueleto añade el toque acrobático. La columna es muy
flexible y la clavícula no une con la escápula como en humanos, lo
que amplía el paso entre obstáculos y mejora el giro en el aire.
Esta estructura ayuda a trepar, caer con control y aterrizar con
las patas listas para el siguiente salto.

Foto Freepik

Bigotes mágicos: guías
invisibles

Los bigotes, o vibrisas, trabajan como reglas invisibles. Al
rozar el aire, informan de bordes, huecos y obstáculos. Un gato que
se acerca a una puerta entreabierta ajusta su paso gracias a esas
señales. También “leen” la presión del viento, útil al moverse en
lugares nuevos. Cuando se meten en cajas pequeñas, los bigotes les
dicen si ese refugio es seguro. Si las vibrisas rozan demasiado,
retroceden y buscan otra entrada.

Orejas y olfato:
detectores expertos

Las orejas rotan para atrapar fuentes exactas de sonido. Si cae
un objeto en otra habitación, el gato orienta una oreja, luego la
otra, y afina la posición. Ese ajuste rápido, posible por sus 32
músculos, le da ventaja para cazar y para huir. En casa, le permite
anticipar visitas o la llegada del alimento.

El olfato es su filtro esencial. Con una sensibilidad hasta 14
veces mayor que la humana, nota cambios que a las personas se les
escapan. Al abrir un paquete nuevo, el olor del plástico puede
tapar el del alimento. De ahí que algunos gatos “ignoren” su comida
habitual si huele distinto. Dar tiempo, calentar un poco la ración
o servir en un plato neutral suele resolverlo.

Hábitos ancestrales
que persisten hoy

El gato doméstico lleva en su rutina señales de su pasado
salvaje. El instinto de caza se mantiene vivo,
aunque coma dos veces al día en un hogar. Acechar un juguete con
plumas, patear un ratón de tela o vigilar una luz en movimiento
responde a secuencias de caza. Este comportamiento no es capricho,
es salud mental. Cuando no se ofrece una vía para expresarlo,
aparecen estrés o conductas repetitivas.

Enterrar el excremento cumple una función social. En grupos
felinos, los individuos sumisos ocultan sus rastros y los
dominantes marcan con mayor descaro. En casa, cubrir la bandeja
reduce olores, disimula presencia y previene conflictos. Si el gato
deja de hacerlo, puede indicar dolor o rechazo a la arena. Revisar
textura, limpieza y ubicación suele ayudar.

El territorio marcado se construye con olor, no
con ruido. Un gato que frota su rostro contra muebles o piernas
deja feromonas en el camino. Así crea un mapa de seguridad, una red
de “esto es mío” que le baja el estrés. Rascar superficies cumple
la misma función, además de cuidar uñas y estirar músculos. Colocar
rascadores en entradas y zonas de paso reduce daños en sofás y
puertas.

El impulso de cazar:
juego o necesidad

Cazar es un programa interno que pide ejecución. Juegos que
imitan presas, como cañas con movimiento errático, bolas que suenan
o circuitos con pelotas, activan la secuencia de acecho, salto y
captura. Esto no solo gasta energía, también previene aburrimiento
y mejora el sueño. Sesiones cortas, varias veces al día, tienen
mejor efecto que una larga y aislada. Terminar con una recompensa
alimentaria cierra el ciclo y reduce la frustración.

Un entorno rico multiplica el bienestar. Estanterías a distintas
alturas, escondites, ventanas seguras y juguetes rotativos
mantienen la novedad. Cambiar la ubicación de los recursos crea
pequeños retos y alimenta su curiosidad natural.

Marcaje sutil:
defendiendo su espacio

El marcaje facial deja un rastro químico que otros
gatos
entienden al instante. Al frotar mejillas y frente, el
gato usa glándulas que liberan feromonas apaciguantes. Este acto
simple reduce su alerta y define rutas seguras. También explica por
qué algunos se “pegotean” con visitas y otros no. Si el invitado
trae olores que encajan en su mapa, habrá caricias y frote. Si no,
habrá distancia.

El rascado en postes adecuados canaliza su necesidad de marcar
con uñas y olor de las almohadillas. Colocar rascadores firmes,
altos y con materiales distintos, como sisal y cartón, mejora la
aceptación. Si un gato raya el sofá, conviene mover el rascador al
lugar exacto donde rasca. Después se puede desplazar poco a poco a
una zona preferida.

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