Desde Hollywood, una argentina convirtió su cuerpo en un laboratorio viviente. Marcela Iglesias es conocida como la Barbie humana argentina, una mujer que mezcla cirugías estéticas, plasma joven, células madre y grasa de donante para intentar frenar el paso del tiempo.
Ella misma lo resume con una frase que impacta: siente que es “como un vampiro” cuando recibe la sangre de su hijo. Detrás de esa imagen llamativa aparecen el miedo profundo a envejecer, el amor por su hijo y una pregunta incómoda para cualquiera: hasta dónde llegarías para seguir viéndote joven.

De chica, Marcela soñaba con una Barbie y su mamá se negaba a comprársela porque veía a la muñeca como algo sexualizado y poco sano para una nena. Ese “no” se le clavó en la memoria y años después, ya adulta, decidió que si no podía tener la muñeca, se iba a transformar en una.
En sus veintipocos dejó Argentina y se instaló en Los Ángeles. Trabajó como inmigrante sin papeles, fue moza, extra en rodajes y madre sola de Rodrigo. Con el tiempo se armó una vida en Hollywood, donde el maquillaje recargado, las pelucas, los corsets y la ropa estridente se volvieron parte de su marca personal. Le gusta llamar la atención, dice que las críticas no la frenan y que su cuerpo es su proyecto de vida.
De una infancia sin muñeca a un cuerpo convertido en muñeca
Para Marcela no fue solo un juguete faltante, fue una promesa de belleza y fantasía que quedó pendiente. Convertirse en la Barbie humana es su forma de reescribir esa escena de la infancia.
Ella repite que cada persona puede opinar lo que quiera, pero que esas opiniones no pagarán sus cuentas ni vivirán dentro de su piel. Por eso eligió mostrar su transformación sin pedir permiso, como un personaje público que juega con la exageración y el espectáculo, sin ocultar cuánto disfruta esa identidad.
Plasma joven, células madre y grasa de donante
En Los Ángeles, Marcela siente que sus tratamientos son “re normales”. Habla de biohacking, medicina regenerativa y estética como si fueran parte de la rutina. Detrás hay una inversión enorme, de muchos miles de dólares, y una colección de procedimientos que mezcla ciencia, moda y fe personal en la tecnología.
El procedimiento que más polémica genera es el de plasma joven. A su hijo Rodrigo le extraen cerca de un litro de sangre, se separa el plasma y luego se lo transfunden a ella. Solo se hace con un familiar joven y compatible, por seguridad médica.
Marcela lo cuenta sin culpa, ya que dice que se siente “como un vampiro”, pero que lo vive como una forma de ganar años de vida con mejor calidad, para poder acompañar a su hijo por más tiempo. El tratamiento es exclusivo y muy caro, al alcance de pocas personas, aunque en su círculo de Hollywood parece casi una moda.

Células madre y grasa de donante para renovar el cuerpo
Además del plasma, se inyecta millones de células madre de cordón umbilical en el torrente sanguíneo. Cree que así regenera tejidos y mantiene jóvenes sus células desde adentro, no solo la piel de la superficie. Habla de sentirse con más energía y menos dolor, como si hubiera apretado un botón de reinicio.
También se aplica grasa de donante, incluso de personas fallecidas, en manos, piernas y rostro. Para ella es tan común como ponerse relleno en los labios. Le encantan las manos “gorditas”, porque las asocia con juventud y salud. A eso suma algunas cirugías estéticas puntuales, como el aumento de mamas, y deja abierta la puerta a futuros retoques faciales.
Miedo a envejecer, referentes de longevidad y la idea de ser ageless
Detrás de tanta intervención aparece un temor muy claro: el miedo a envejecer mal. Marcela cuenta que no quiere llegar “achacada”, sin poder moverse ni reconocerse en el espejo. Por eso se define como un “chanchito de la India”, dispuesta a probar casi todo lo nuevo que salga en longevidad.
Sigue de cerca a figuras como Bryan Johnson, el empresario obsesionado con revertir su edad biológica, y admira a mujeres como Graciela Alfano, que hicieron de la belleza eterna una bandera. En su cabeza no hay una edad fija. Su ideal es ser ageless, verse “sin edad”, y sostiene que tiene la edad que aparenta, no la que marca el documento.



