#Salud: ¿la solución está en tu dieta?

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El dolor crónico no solo duele, también organiza el día a su alrededor: el sueño se rompe, el ánimo cae y hasta tareas simples se vuelven una cuesta. En España se ha descrito una carga alta y sostenida, con impacto en la vida diaria y en la salud mental, algo que ha empujado a mirar más allá del fármaco. Actualmente, ha ganado fuerza una idea práctica, la comida puede modular la inflamación y, con ella, la forma en que el sistema nervioso percibe el dolor. No existe una dieta milagro, y nadie debería prometer curas rápidas. Aun así, ajustar lo que se come puede cambiar síntomas, energía y calidad de vida, igual que una buena iluminación cambia cómo se ve una habitación sin mover los muebles.

Qué dicen los nuevos hallazgos: dieta, genes y señales de dolor

El cuerpo no “mide” el dolor con una regla, lo interpreta con señales químicas. Cuando hay inflamación persistente, picos de azúcar, mal descanso o aumento de grasa corporal, esas señales suelen amplificarse. La dieta entra en escena porque influye en varios interruptores a la vez: niveles de glucosa, perfil de grasas en sangre, tránsito intestinal y mensajeros inflamatorios.

También se habla cada vez más de predisposición genética. La genética no decide el destino, pero puede inclinar la balanza, haciendo que algunas personas sean más sensibles a ciertos cambios metabólicos. En redes y algunos artículos divulgativos se ha mencionado un supuesto hallazgo de 2024 que conectaría el gen SLC45A4, las poliaminas y el dolor. A día de hoy no hay evidencia publicada y verificable que confirme esa relación directa en estudios clínicos de referencia, así que conviene tratarlo como una hipótesis, no como una recomendación dietética.

El gen SLC45A4 y las poliaminas: una pista para futuras dietas personalizadas

Las poliaminas son moléculas presentes en el cuerpo y también en alimentos, como algunas legumbres, setas o fermentados. Participan en procesos de crecimiento celular y respuesta al estrés. Por eso interesan, la inflamación y el estrés celular se parecen a una alarma que no se apaga, y el dolor crónico a veces se alimenta de esa alarma.

Lo prudente hoy es reconocer el interés científico sin saltar a conclusiones. Si en el futuro se confirma una vía genética concreta, podría abrir dos caminos, fármacos dirigidos y ajustes de dieta con más personalización, pero todavía no se está ahí.

Dolor, antojos y círculo inflamatorio: cuando la comida calma a corto plazo y empeora a largo plazo

Muchas personas con dolor crónico comen para distraerse o para conseguir un alivio rápido. El problema es que los ultraprocesados suelen traer más azúcar, sal y grasas de baja calidad, y eso puede favorecer aumento de peso y un estado inflamatorio de fondo. En articulaciones castigadas, unos kilos extra se sienten como llevar una mochila mojada todo el día. No es un tema de culpa, es de patrones. Cuando el alivio inmediato manda, el cuerpo paga intereses más tarde.

Foto Freepik

Qué patrones de alimentación se asocian con menos dolor crónico

Los enfoques más coherentes con lo que se sabe hoy se parecen más a un estilo que a un plan estricto. La dieta mediterránea, bien entendida, suele incluir verduras y fruta a diario, legumbres varias veces por semana, cereales integrales, pescado, frutos secos y aceite de oliva como grasa principal. Ese patrón se asocia con menor inflamación, mejor control de glucosa y una microbiota intestinal más estable, que a su vez puede influir en señales nerviosas y en la percepción de malestar.

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La clave está en sumar comida real y constante. Más fibra y proteínas sencillas (pescado, yogur natural, legumbres) suele traducirse en menos picos de hambre, digestiones más predecibles y un suelo metabólico más calmado.

Qué alimentos suelen empeorar los síntomas en algunas personas

En algunas personas, el exceso de ultraprocesados, bebidas azucaradas, consumo frecuente de alcohol y comidas muy saladas se relaciona con peor descanso y más rigidez. La tolerancia es individual, así que el objetivo es observar sin dramatizar y ajustar con criterio.

Cómo probar cambios en la dieta sin riesgos y con expectativas realistas

Un cambio útil suele ser gradual, medible y compatible con el tratamiento. Durante 2 a 4 semanas, un registro simple de comidas, dolor, sueño y estrés ayuda a ver conexiones reales, no suposiciones. En vez de prohibir todo, suele funcionar mejor añadir primero, más verduras, una ración de legumbre, agua en lugar de refrescos, y una cena más ligera si el descanso está frágil.

Si aparece pérdida de peso no buscada, un cambio brusco del dolor, diabetes, enfermedad renal, síntomas digestivos intensos o señales de trastorno de la conducta alimentaria, conviene pedir ayuda. El mejor resultado suele venir de un enfoque integral, nutricionista y médico del dolor, movimiento suave, fisioterapia y apoyo psicológico cuando haga falta.

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