#Salud: ¿Cuál es el mejor tratamiento para una hernia discal?

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La hernia discal provoca síntomas que pueden limitar la vida
diaria: dolor intenso en espalda baja o cuello, sensación de
adormecimiento y pérdida de fuerza en brazos o piernas. Esta
condición ocurre cuando parte del disco intervertebral presiona
un nervio cercano, generando molestias que pueden hacerse
persistentes.
Elegir el tratamiento adecuado es esencial
para aliviar el dolor, recuperar la movilidad y prevenir
complicaciones. Cada caso requiere la valoración de un profesional,
pues la ubicación, el tamaño de la hernia y sus efectos en los
nervios influyen de forma significativa en la elección de la mejor
opción terapéutica.

Diagnóstico
y factores determinantes para el tratamiento

El diagnóstico de una hernia
discal
comienza con una evaluación clínica minuciosa. El médico
analiza el historial de síntomas, evalúa la fuerza, sensibilidad,
reflejos y movilidad. Los estudios de imagen son imprescindibles:
la resonancia magnética ofrece imágenes detalladas
para identificar el tamaño y la localización exacta de la hernia,
permitiendo ver qué tanto comprime a los nervios. La
tomografía computarizada también ayuda, sobre todo
cuando hay dudas tras la evaluación inicial. En ciertos casos, se
puede recurrir a la electromiografía para valorar
el grado de afectación nerviosa y planificar la intervención.

Los síntomas más frecuentes de la hernia discal incluyen
dolor lumbar o cervical, debilidad en
extremidades, hormigueo, adormecimiento y dificultad para moverse.
La gravedad depende de cuánto afecta el disco al nervio, la
localización (cervical, dorsal o lumbar) y el estado físico general
del paciente. Los profesionales consideran si el dolor limita la
vida diaria, si hay pérdida de fuerza o alteraciones en el control
de esfínteres, pues estos factores orientan la urgencia y el tipo
de tratamiento.


Opciones de tratamiento para la hernia discal: del enfoque
conservador a la cirugía

El manejo de la hernia discal suele comenzar con un tratamiento
conservador, enfocado en aliviar el dolor y
restaurar la función sin intervenciones agresivas. Solo una minoría
de pacientes necesita cirugía. La mayoría mejora con
medicamentos, fisioterapia y cuidados adaptados a su
estado.
Cuando el dolor persiste tras varias semanas de
tratamiento, aparecen signos graves o no hay respuesta a las
terapias iniciales, se valoran opciones más avanzadas, incluso
quirúrgicas.

Tratamientos
conservadores: medicamentos y fisioterapia

En la primera fase se usan analgésicos que controlan el
dolor
: paracetamol, antiinflamatorios o relajantes
musculares. Cuando hay dolor intenso, se consideran medicamentos
más potentes bajo supervisión médica. Además de la medicación, la
fisioterapia es un pilar central. Los fisioterapeutas enseñan
ejercicios para fortalecer la musculatura del tronco y mejorar la
postura, con el objetivo de aliviar la presión sobre el disco
dañado.

El reposo absoluto solo se recomienda en fases agudas muy
dolorosas y por periodos breves. Mantener una actividad
moderada
favorece la recuperación y previene la atrofia
muscular. En ocasiones se usan técnicas de calor o
frío
, masajes y ultrasonido terapéutico para reducir el
dolor. La clave está en adaptar el tratamiento a la evolución: si
en 6 a 8 semanas no hay mejoría relevante, los especialistas
sugieren probar otras alternativas.

Foto Freepik

Terapias
mínimamente invasivas y cirugía

Cuando los tratamientos conservadores fallan o los síntomas se
agravan, se consideran procedimientos mínimamente
invasivos
. Las inyecciones de corticoides
pueden aliviar la inflamación y reducir el dolor en raíces
nerviosas comprimidas. Hay técnicas innovadoras, como la
inyección de Discogel® o de
ozono, que muestran buenos resultados en casos
bien seleccionados.

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La cirugía se reserva para casos de dolor persistente, déficits
neurológicos, debilidad progresiva o alteraciones en el control de
esfínteres. Las opciones más frecuentes son la
discectomía y la laminectomía. En
la discectomía se extrae el fragmento de disco que comprime el
nervio, mientras que la laminectomía ensancha el canal de la médula
espinal. Los avances en cirugía endoscópica
permiten intervenciones menos invasivas, con incisiones pequeñas y
recuperación rápida. La mayoría de los pacientes logra regresar a
sus actividades en pocas semanas, aunque es esencial seguir un plan
de fisioterapia postoperatoria para asegurar una buena
recuperación.

En casos seleccionados y tras un fallo de las terapias estándar,
nuevas opciones como los geles injectables buscan
ofrecer alivio duradero y mejorar la calidad de vida. Aunque su uso
es menos frecuente y depende de la disponibilidad en cada
región.

Prevención de recurrencias y cuidados posteriores

Prevenir una nueva hernia discal
es tan importante como el tratamiento inicial. Los especialistas
recomiendan mantener un peso saludable, ya que el
exceso de carga aumenta la presión en la columna. La buena postura,
tanto de pie como sentado, reduce el riesgo de sobrecargar los
discos.

El ejercicio regular, bajo supervisión, fortalece los músculos
estabilizadores del tronco y disminuye el estrés sobre la columna.
Se aconseja evitar levantar objetos pesados doblando la espalda; en
su lugar, se debe flexionar las rodillas y mantener el
objeto cerca del cuerpo.
Los hábitos saludables, como
dejar de fumar y cuidar la ergonomía en el trabajo, disminuyen el
riesgo de recaída. Quienes han sufrido una hernia discal pueden
beneficiarse de ejercicios específicos y consultas periódicas de
control para detectar a tiempo cualquier signo de recurrencia. La
educación sobre posturas correctas y movimientos seguros se integra
como parte fundamental del cuidado a largo plazo.

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