#Salud: 4 cosas importante que debes saber sobre el cáncer de testículo

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Identificar y conocer el cáncer de testículo
salva vidas, sobre todo en hombres jóvenes y adultos. Aunque es
poco frecuente en comparación con otros tumores, es el cáncer más
común entre varones de 15 a 40 años y registra una incidencia
creciente en todo el mundo. La importancia de este tema se extiende
más allá de la esfera médica: la sociedad necesita mayor conciencia
sobre sus síntomas y factores de riesgo. Fomentar la
autoexploración y la consulta médica ante
cualquier señal anormal ayuda a detectar el cáncer de testículo en
etapas iniciales, cuando la probabilidad de cura es mucho más
elevada.


Lo que significa el cáncer de testículo: definición,
factores de riesgo y tipos principales

El cáncer de testículo se origina en las
células germinales, responsables de producir
esperma. Representan más del 94% de los diagnósticos, agrupados en
dos tipos principales: seminomas y no
seminomas
. Los seminomas suelen aparecer en hombres de 25
a 45 años y tienden a avanzar más despacio, mientras los no
seminomas, que afectan a pacientes un poco más jóvenes, pueden
crecer y diseminarse con rapidez. Existen también tumores menos
frecuentes que se desarrollan en las células de Leydig y
Sertoli
.

Diversos factores de riesgo influyen en el
desarrollo de esta enfermedad. Haber tenido
criptorquidia (testículo no descendido),
antecedentes familiares de cáncer de
testículo
, pertenecer a la población blanca,
la presencia de ciertas condiciones genéticas (como disgenesia
gonadal o síndrome de Klinefelter) y vivir con VIH
aumentan la probabilidad de padecerla. La gran mayoría de los
casos, sin embargo, surgen en hombres jóvenes sin antecedentes
relevantes, subrayando la importancia de la detección precoz.

Impacto y a quiénes
afecta

El cáncer de testículo es la principal neoplasia sólida en
hombres jóvenes, sobre todo entre los 15 y 40
años
, con un pico de incidencia en la franja de 20
a 34 años
. La edad media al momento del diagnóstico es
33 años. Aproximadamente 1 de cada 250 hombres
desarrollará esta enfermedad a lo largo de su vida. Aunque
representa una proporción menor en el total de cánceres masculinos,
su impacto es significativo por presentarse en etapas de plena
productividad, estudios o inicio de proyectos familiares. La
incidencia aumenta un 10% cada cinco años en
diferentes regiones, lo que exige mayor concienciación. La
supervivencia es cercana al 95% si se detecta a
tiempo, lo que demuestra el valor de hablar abiertamente del tema y
normalizar la autoexploración desde la adolescencia.

Síntomas
de sospecha y cómo es el diagnóstico precoz

El síntoma inicial más frecuente es la aparición de un
bulto o masa dura en el testículo
. No suele causar dolor,
pero puede generar sensación de pesadez en el escroto, hinchazón,
molestias difusas en la ingle o abdomen bajo. Otros signos menos
comunes incluyen dolor agudo, aumento del tamaño o firmeza
del testículo
, y en algunos casos, crecimiento de las
mamas o cambios hormonales debidos a la producción anómala de
ciertas sustancias por el tumor. En estados más avanzados, los
síntomas pueden incluir dolor lumbar, dificultad para respirar o
cambios neurológicos, si el cáncer se disemina a otros órganos.

Es fundamental destacar la importancia de la
autoexploración mensual. Palpar los testículos
tras el baño, con las manos tibias, ayuda a identificar cualquier
cambio en textura, tamaño o sensibilidad. Detectar estos signos de
forma temprana permite un tratamiento rápido y menos invasivo.
Aunque no todos los cambios indican cáncer, siempre es recomendable
consultar al médico ante una anomalía.

Foto Freepik

Pruebas médicas y
marcadores tumorales

El proceso diagnóstico inicia con una exploración física
minuciosa
realizada por un profesional de salud. Si se
detecta una masa o anomalía, la primera imagen suele obtenerse con
una ecografía testicular, una técnica indolora que
permite visualizar el contenido y consistencia del testículo para
diferenciar entre lesiones benignas y sospechosas.

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Los análisis de sangre para determinar los
marcadores tumorales (como AFP, beta-hCG y LDH)
aportan información sobre el tipo y la agresividad del tumor. Estos
valores ayudan a afinar el diagnóstico, vigilar la respuesta al
tratamiento y detectar posibles recaídas. En casos necesarios, se
solicitan estudios complementarios como tomografía
computarizada
para evaluar la extensión de la enfermedad
en ganglios linfáticos o en otros órganos. Esta combinación de
pruebas garantiza una planificación de tratamiento precisa y
personalizada.


Opciones de tratamiento y pronóstico: lo que se puede
esperar después del diagnóstico

El tratamiento depende del tipo de tumor
(seminoma o no seminomatoso) y de la etapa en que se detecta la
enfermedad. En la gran mayoría de los casos, el primer paso es la
cirugía para extirpar el testículo afectado
(orquiectomía inguinal). Este procedimiento suele ser rápido y
permite recuperar la vida habitual en poco tiempo.

Si el
cáncer
está localizado, la cirugía puede ser suficiente. En
casos donde existe riesgo de diseminación o estadios avanzados, se
añaden quimioterapia o
radioterapia. Los seminomas responden bien a la
radioterapia y a la quimioterapia, mientras los no seminomas
requieren acercamientos más intensivos, dependiendo de la
extensión.

Es común que los tratamientos incluyan efectos secundarios como
fatiga, náuseas, caída del cabello o alteraciones en la fertilidad.
El manejo integral contempla consultas periódicas, controles con
imágenes y marcadores en sangre para descartar recaídas y tratar a
tiempo posibles complicaciones. El apoyo psicológico y la
información adecuada permiten transitar el proceso con mayor
seguridad y confianza.

El pronóstico es muy favorable si se
diagnostica en etapas tempranas. Los avances médicos han elevado la
supervivencia a más del 95% a cinco años incluso cuando hay
metástasis, aunque el proceso puede requerir tratamientos más
complejos. La clave para mantener estas cifras es fomentar la
detección precoz y el seguimiento médico continuo,
sin dejar de lado el bienestar físico, emocional y social del
paciente.

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