Recuerdos carcelarios

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Eran los días oscuros de la dictadura militar que empezó en 1976 en Argentina. En la cárcel federal de la ciudad de Resistencia, provincia del Chaco, Miguel Molfino me convidó un cigarrillo y caminamos por el pabellón de los “subversivos”, ambos éramos presos políticos entonces. Miguel siempre tenía historias interesantes.

Una noche, quizá en 1910 comenzó él en una estación de trenes de París, un ruso, un checoslovaco y un español se pasaron toda la noche charlando hasta que al amanecer cada uno tomó un tren diferente.
-¿Y cómo hicieron para entenderse?- pregunté pero él no respondió. El Negro Velázquez, Churrete, Ñaná y el Ñufi Ilde discutían en una de las mesas del pabellón unas declaraciones del general Videla, presidente militar de la dictadura en esos días.

El ruso hablaba de política y de economía, el español en cambio dudaba de todo, y hasta le discutía algunas cosas, el ruso predijo que habría una guerra y el español se rió porque eso era imposible, imaginate vos… desde la guerra de Crimea no pasaba nada en Europa, París era el centro de la bohemia… la cosa es que el checoslovaco hablaba poco, casi nada, y sonreía con los comentarios del español, viste que a los “gallegos” les gusta decir malas palabras…

Pasamos junto al Polaquito Lozina y Mardoqueo, que discutían si la norteamericana Sidne Rome tenía más “globos” que la italiana Ornella Mutti.

Sé que te estarás preguntando a qué viene este cuento que te estoy haciendo, pero tiene que ver con las casualidades que matizan la historia del mundo explicó.

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Con el tiempo se cumplieron todas las supuestas profecías del ruso, que eran previsiones que partían de un análisis, añadió.

El guardia ordenó pasar a las celdas.

-Los tres fueron muy famosos después. El español, que era Pablo Picasso y es quien cuenta la anécdota, dijo que al que jamás pudo olvidar fue a “aquel checoslovaco esmirriado, que casi no hablaba y a veces sonreía, que escuchaba con atención las teorías políticas y económicas de aquel ruso cuyo apodo era Lenin; y hasta mis exabruptos de español, y que acaso era con mucho el más gigante de los tres, se llamaba Franz Kafka” fue el final impagable de aquella historia.

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