Durante la pasada semana se produjeron dos hechos relevantes en relación con el conflicto de Ucrania. El primero fue la reunión en Ramstein, Alemania, del conjunto de países donantes de ayuda a Ucrania, presidida por el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, y a la que asistió el presidente Zelenski. Y el segundo fue una remodelación en profundidad del gabinete ministerial de Ucrania en el que se produjo el relevo de seis carteras principales y un considerable número de otros puestos directivos. Entre las figuras más destacadas de ese relevo está el ministro de Asuntos Exteriores, Dimitri Kuleva, que hasta ese momento gozaba de un elevado crédito político dentro y fuera de Ucrania.
De la conferencia de donantes, poco que destacar mas allá del anuncio del sostenimiento nominal del esfuerzo ucraniano, si bien de forma discreta y dilatada en el tiempo. El nuevo compromiso estadounidense es de 250 millones de dólares en munición y equipo; y el de Alemania, seis obuses autopropulsados Pz. 2000 y 17 sistemas de defensa aérea Iris T, cuya entrega se prevé finalice en 2026.
Se volvió a tratar el tema del levantamiento de las restricciones de empleo de armamento occidental sobre territorio ruso sin que se llegase a ningún compromiso explícito por parte de Estados Unidos. De hecho, el secretario Austin vino a decir que esa autorización no tenía razón de ser porque no supondría un game changer, esto es, un elemento disruptivo en el desarrollo del conflicto. Es más, el Ejército ruso podría redesplegar sus medios a una profundidad fuera del alcance de esos medios occidentales.
De la remodelación ministerial, la razón esgrimida por el presidente Zelenski es que se avecinan un otoño y un invierno muy duros y hay que enfrentarlos con nuevas ideas desarrolladas por un nuevo equipo, sin que se llegue a entender bien a qué se refiere.
Entretanto, la situación en el frente este y sur en Ucrania refleja escasas variaciones, acaso alguna ventaja posicional y ocupación de territorio de menor orden del Ejército ruso en la zona de Donetsk y el sostenimiento del aparente esfuerzo principal sobre Kupiansk, Pokrovsk y el delta del rio Dnipro. Por su parte, Ucrania continúa su ofensiva en Kursk, si bien no se refleja en nuevas ganancias territoriales de relieve. Aparentemente, el Ejército ucraniano busca afianzarse en el terreno organizándolo defensivamente y rectificando el frente en algunos puntos para presentar una mejor opción para su conservación. A la zona de combate en Kursk es probable que el Ejército ruso haya desplazado ya entre 40.000 y 60.000 efectivos que antes se encontraban luchando en Ucrania con el cometido de contener la penetración ucraniana y preparar su posterior eliminación.
Es innegable a estas alturas que la audaz acción ucraniana ha tenido un apreciable impacto en el ámbito operacional. Rusia ha tenido que atender a un frente que no esperaba, detraer fuerzas empeñadas en Ucrania para dedicarlas a la protección de su territorio nacional y diversificar el esfuerzo aéreo, su principal apoyo a las fuerzas terrestres, para atender un nuevo frente. A ello cabe añadir que Ucrania ha aumentado la frecuencia y efectividad de los ataques en profundidad sobre Rusia y que afectan a infraestructuras críticas como refinerías y aeródromos militares, entre otros.
También hay que reseñar la frecuencia, potencia y efectividad de los ataques rusos sobre la infraestructura energética ucraniana que amenazan con un otoño y un invierno gélidos, además de dejar sin suministro energético al complejo militar ucraniano, lo que equivale a aumentar la dependencia de los países donantes. Por último, a modo de ‘ducha escocesa’ o baño de realidad, el primer derribo de un F 16 ucraniano ha sido como consecuencia de “fuego amigo”, probablemente un misil Patriot, lo que viene a señalar la complejidad de integrar nuevos sistemas en el conjunto de una defensa aérea que se está construyendo sobre la marcha. Ni pesimismo ni optimismo, realismo.
Un último apunte hace referencia a las declaraciones del presidente Putin en el foro económico oriental de Vladivostok aceptando la idea de un grupo mediador constituido por Brasil, la República Popular China e India en el que no figuren ni Estados Unidos ni la Unión Europea. Este hecho es novedoso en tanto en cuanto, hasta la fecha, no se había concretado ningún esfuerzo mediador reconocido explícitamente por Rusia.
Así que, en medio de tanto cambio aparente, desgraciadamente, todo sigue más o menos igual porque ninguno de los contendientes ni de sus principales apoyos percibe que se haya alcanzado el momento crítico en el que lo que se puede perder sea superior a lo que se espera ganar. Ambos contendientes tienen medios y recursos para continuar el conflicto, si bien en el caso de Ucrania el factor humano es más acuciante; igualmente, ambos disponen de fuentes adicionales de recursos proporcionadas por aliados que les permiten sostener y prolongar la acción. No parece realista esperar que sea la extenuación de uno, otro, o ambos lo que favorezca el fin del conflicto.
En breve, la climatología adquirirá un papel más determinante y las necesidades de la población serán más acuciantes. Es posible que en ese momento las percepciones de unos y otros se ‘afinen’ y haya un incentivo añadido para aproximar posiciones e iniciar negociaciones. El tiempo lo dirá y el resultado de las elecciones en Estados Unidos no será un factor menor a tener en cuenta, en tanto en cuanto de ese resultado dependerá, y mucho, la resolución o no de este conflicto que, recordemos, va camino de cumplir su tercer año.