Qué pasó cuando 10 adolescentes se desprendieron de sus celulares durante 5 días

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La mayoría de padres y madres con hijos adolescentes comparten una preocupación: la cantidad de tiempo que estos pasan en sus teléfonos inteligentes.

No cabe duda de que los teléfonos son una herramienta fundamental de la vida moderna con la que los jóvenes se comunican, hacen consultas, coordinan sus quehaceres y en algunos países pagan todo tipo de cosas, desde el transporte hasta un refresco.

Pero el creciente número de horas que pasan con la mirada clavada en la pantalla del aparato, particularmente ojeando las redes sociales, pone en evidencia que la tecnología se ha convertido en una obsesión.

Parte de esa obsesión se manifiesta en el “miedo a perderse algo” o FOMO, como se conoce por sus siglas en inglés. Es la ansiedad de que algo interesante o emocionante está pasando en alguna parte de internet que no me puedo perder.

Como parte de un proyecto de la BBC que analiza los hábitos de los jóvenes con sus teléfonos inteligentes, 10 estudiantes de la Escuela Técnica Universitaria Media City, en Salford, Inglaterra, acordaron cambiar sus celulares inteligentes por aparatos básicos Nokia, que solo sirven para hacer llamadas y mandar mensajes de texto.

Los cinco días de duración del programa de “desintoxicación tecnológica” sin duda afectarían casi todos los aspectos de sus vidas; esta generación se ha criado con teléfonos inteligentes y usa internet para todo. Se comunican principalmente por Snapchat o Facetime, usan Google Maps para desplazarse y constantemente escuchan música en streaming.

Kristian Johnson, periodista de investigación de la BBC, monitoreó a algunos de los participantes y esto fue lo que encontró:

Will pasa más de ocho horas al día mirando su teléfono inteligente. Cuando era más pequeño, amaba montar en bicicleta, pero ahora invierte la mayoría de su tiempo libre después de los estudios en ver videos de TikTok.

La semana pasada, Will acumuló 31 horas tan solo en aplicaciones de redes sociales y su mayor preocupación era cómo sobreviviría durante los cinco días de abstinencia tecnológica. “Ahora tendré que socializar con mis padres”, comentó.

Más sobre Will después.

«Impacto positivo»

Ruby sueña con ser actriz. Reconoce que pasa demasiado tiempo en su teléfono y frecuentemente ignora a sus padres mientras va deslizando en la pantalla videos de TikTok.

A mitad de camino del experimento, visité a su familia.

Cuando llegué, la joven de 15 años estaba terminando de maquillarse antes de salir a sus clases.

Su padre se cerciora de que tenga su uniforme del trabajo en la mochila y luego su madre la conduce hasta la parada del tranvía.

Ruby reconoce que dejar de usar su teléfono inteligente “ha abierto más la conversación” con sus padres; su madre, Emma, coincide en que la desintoxicación está teniendo un impacto positivo en el comportamiento de su hija.

“Ruby es muy adicta a su teléfono, así que le da la oportunidad de ver cómo eran las cosas cuando yo era adolescente”, dice Emma.

“Está hablando más y se va a la cama más temprano. Es un buen cambio”.

A medida que nos acercamos a la estación, podemos ver que el tranvía ya se está alejando.

Por costumbre, Ruby consultaría una app en su teléfono para saber cuándo llegaría el siguiente tranvía. Leer los horarios en los tableros de la parada no es algo que haga esta generación.

“Sin un teléfono, no tengo manera de saberlo”, dice.

Mientras esperamos al siguiente tranvía, Ruby me cuenta sobre su trabajo a tiempo parcial en un centro de juegos con proyectiles de gomaespuma. Trabaja un par de días a la semana, pero no está segura de si tiene turno más tarde ese día, ni qué tan larga será la jornada.

Su administrador le dio su número telefónico en caso de que necesitara confirmar su horario, pero se siente “un poco nerviosa” por tener que llamar.

“La app te muestra el turno que te toca, pero ya no sé eso”, explica Ruby. “Nunca llamo al trabajo, nunca”.

Paga el pasaje en el tranvía con una tarjeta que raramente usaba ya que ahora no puede hacerlo más con su monedero digital, y emprendemos el viaje de una hora.

Angustia de FOMO

Para algunos adolescentes ha sido realmente difícil despojarse de sus teléfonos inteligentes.

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Después de apenas 27 horas, Charlie, de 14 años, abandonó el experimento y pidió que le devolvieran su dispositivo.

“Sabía que mi teléfono estaba en el mismo edificio”, señala, pero no saber si alguien estaba tratando de comunicarse con él y no poder estar conectado fue “realmente estresante”.

Otra cosa que parece haber angustiado a todos los participantes en el experimento es el estatus de su Snapstreak, que contabiliza los días en los que han intercambiado mensajes con alguien en Snapchat.

Algunos participantes dicen estar muy preocupados por perder la cadena, que algunas veces puede extenderse a más de 1.000 días consecutivos. Así que les han pedido a sus amigos que entren en sus cuentas para mantener sus Snapstreaks durante el período de desintoxicación.

Al igual que Charlie, otros estudiantes que participan en el experimento reconocen sufrir de FOMO, pero la mayoría expresan sorpresa ante lo liberadora que encuentran la experiencia.

Unos están durmiendo mejor, aseguran, mientras otros sienten que han sido más productivos sin sus teléfonos.

“Siento como si estuviera aprendiendo cosas e involucrándome más, no siento que me esté perdiendo de algo”, dice Grace, de 15 años.

Inmediatamente después de las clases, en el primer día del experimento, ella y sus amigas fueron a comprar joyas de plástico para “adornar” su teléfono básico que tiene forma de ladrillo.

Cuando me lo muestra durante nuestra conversación, Grace dice que salir de compras fue una buena distracción para no pensar en su teléfono inteligente.

“Fue realmente tranquilo”, relata. “Realmente lo disfruté porque activó mi torrente creativo otra vez”.

“Tan pronto regresaba a casa, me ponía a dibujar cosas y a pintar. Me ayudó a empezar a hacer las cosas que me gustan otra vez”.

Encuesta

En febrero, el gobierno británico publicó nuevas directrices para intentar impedir a los alumnos usar los teléfonos durante la jornada escolar.

Pero un grupo multipartidista de parlamentarios fueron más allá y propusieron en mayo que un veto total -no solo en la escuela- a los teléfonos inteligentes para todos los menores de 16 años.

En una encuesta entre 2.000 jóvenes de entre 13 y 18 años realizada por la emisora BBC Radio 5 y la página BBC Bitesize, se les preguntó a los participantes sobre varios aspectos de sus vidas, incluyendo su salud mental y sus hábitos con los teléfonos inteligentes.

El sondeo lo realizó la empresa encuestadora Survation y esto fue lo que encontró:

  • El 23% está de acuerdo que se deben prohibir los teléfonos inteligentes a los menores de 16 años
  • El 35% cree que las redes sociales deben ser prohibidas a los menores de 16 años
  • El 50% dice que no tener sus teléfonos inteligentes los hace sentir ansiosos. El año pasado la cifra fue un poco más alta (56%).

Simplemente participar en esta desintoxicación digital ha diferenciado a estos adolescentes de sus contemporáneos. En el sondeo de la BBC, el 74% de los jóvenes encuestados dijeron que no considerarían intercambiar sus teléfonos inteligentes por un dispositivo básico.

Después de cinco largos días, llegó el momento de reunir a los estudiantes con sus teléfonos inteligentes.

Los niveles de emoción se elevan a medida que uno de los maestros camina hacia la caja fuerte para sacarlos. Varios estudiantes gritan de emoción.

Tan pronto como encienden los aparatos, los adolescentes están pegados a sus pantallas, deslizando mensajes y actualizándose en los chats grupales.

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Pero la mayoría afirma que tras haber participado en la desintoxicación, les gustaría encontrar maneras de limitar el tiempo que pasan con sus teléfonos.

“Me ha hecho darme cuenta de cuánto tiempo pierdo en las redes sociales y me percato de que debo reducirlo y salir más”, reconoce Will. “Intentaré usar menos de TikTok, eso sí”.

Él acepta que es difícil y dice que en particular extrañó escuchar música. Sin embargo, el tiempo que ha pasado lejos de su teléfono le ha permitido reconectar con su pasión por el ciclismo, algo que está decidió a continuar, en lugar de pasar horas sin fin en la pantalla”.

“Ocho horas al día es una locura”, reflexiona.



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