Es poco probable que un dominicano o dominicana visite la famosa Comuna 13 en Medellín, Colombia y no compare de manera inmediata lo que vea allí con los barrios dominicanos. Yo la visité esta Semana Santa y, de una vez, identifiqué parecidos, pero también potencialidades.
La aglomeración, el bullicio, el olor que delata que en la casa del vecino la comida está casi lista, los callejones que para los visitantes son reales laberintos y hasta uno que otros tiestos o basura acumulada te transportan a las zonas más marginadas de República Dominicana.
Sin embargo, también existen grandes diferencias y he aquí, precisamente, donde radican las potencialidades. A diferencia de RD, en la Comuna 13 no se siente desaliento ni esa falta de oportunidades económicas y sociales que son uno de los caldos de cultivo para la delincuencia. ¡Por el contrario! En la Comuna 13 se respira, se vive y se practica el arte, arte urbano si gusta usted ponerle apellido.
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Colores, ¡Muchos colores!, como si un arcoíris se hubiese derramado aquí, murales por doquier, venta de indumentarias (camisetas, chaquetas, gorras… la gran mayoría alusiva a la Comuna 13 o al folclore colombiano), galerías de arte urbano (algunas inclusive en 3D), variados shows de break dance, raperos que improvisan en vivo, capaces de componer canciones con palabras que al instante les sugiera el público y, por supuesto, venta de artesanía y comida típica.
Reitero: en la Comuna 13 se respira y se vive el arte, y lo extraño es que, pese a la aglomeración de personas, no sentí inseguridad, tampoco recibí advertencia de cuidar celulares y pertenencias y no observé presencia policial, que sí vi en otras zonas y lugares de Colombia.
Pero esto no siempre fue así. Este territorio fue uno de los cuarteles de Pablo Escobar, temible narcotraficante, e inclusive después de su muerte permaneció como una zona donde la violencia y la droga imperaban, hasta que a principios del 2000 tras dos operaciones militares, se recupera la zona y ahí se inicia un proceso de transformación social que logró convertir la violencia en arte y en refugio del talento local, como forma de alejarlo de la delincuencia.
Por esto y más considero que sería interesante que República Dominicana estudie a fondo este capítulo de la reciente historia de Colombia, no para hacer un “copy paste”, porque no creo en recetas universales, ya que cada país tiene contextos distintos, pero sí para identificar puntos comunes que definitivamente valdría mucho la pena aprovechar.
Se trata de un modelo de desarrollo económico, social y turístico (recibe más de un millón y medio de turistas al año), del que se benefician los comunitarios que han encontrado en su mismo barrio oportunidades de trabajo y de vivir su arte y su cultura, porque son ellas y ellos quienes ofrecen los servicios de guías para quienes visitan la zona, son los bailarines, los vendedores y los artistas.
Por supuesto, este no fue en esfuerzo en solitario. El liderazgo comunitario tuvo un rol protagónico y las autoridades de turno hicieron lo propio. En el caso dominicano un esfuerzo similar debería apuntalar en una dirección aún más amplía que remarque el elemento comunitario, pero que también incluya sectores como el empresariado.
Definitivamente, debe tratarse de un esfuerzo país, tomando en cuenta que Colombia es un país que conoce su historia, reivindica sus ancestros indígenas, respeta la naturaleza, cuida el medio ambiente y, entonces, vende todo eso.
Pienso que República Dominicana debe abrirse a estas experiencias porque si bien es cierto que la política turística ha dado muchos frutos, también es cierto que hay una crítica y al mismo tiempo una oportunidad de mejora en relación a cómo hacer del turismo un modelo de desarrollo mucho más inclusivo y diversificado.
De hecho, el más reciente informe del Índice de Desarrollo Humano que presentó el PNUD el mes pasado, muestra que son las zonas turísticas, junto a las fronteriza, donde hay mayor letargo.
Adicional a esto, el modelo turístico de República Dominicana debe diversificarse. No todo debe seguir apostando al sol y a la playa. Nuestra historia indígena y africana, nuestra gastronomía, la religiosidad popular, el deporte y la riqueza medioambiental, conjuntamente, con ese arte urbano que radica en nuestros barrios, pero que se opaca con la delincuencia, la mala prensa y la falta de más y mejores políticas públicas, pueden ser los catalizadores perfectos para avanzar internamente y, entonces, gritar al mundo a todo pulmón que sí, que definitivamente, República Dominicana lo tiene todo.