La celebración de la fiesta nacional, en conmemoración del alzamiento contra el imperio soviético en 1956, se ha convertido hoy en Budapest en una demostración de fuerza del primer ministro Viktor Orbán, que ha reunido a decenas de miles de personas en su ‘ … Marcha por la Paz’, encabezada por la pancarta ‘No queremos morir por Ucrania’. A medio año de las elecciones parlamentarias y tras 15 años en el poder, Orbán se ha rodeado de multitudes que apoyan su negativa a involucrarse en una ayuda a Ucrania que pueda molestar a Moscú.

Los asistentes ondeaban banderas con los nombres de las ciudades y pueblos de Hungría de los que procedían, en una larga procesión que cruzaba el Puente Margarita, sobre el Danubio, con el telón de fondo del imponente parlamento neogótico. «Somos una fuerza que ni siquiera Bruselas puede eludir», ha celebrado desde la tarima de oradores en la Plaza Kossuth Zoltán Lomnici Jr., el portavoz de la organización que convocaba, CÖF-CÖKA. Era el telonero del discurso de Orbán. «Hoy estamos enviando un mensaje a todo el mundo: los húngaros dicen no a la guerra. ¡No moriremos por Ucrania! Y tampoco enviaremos a nuestros hijos al matadero por orden de Bruselas», defendía unos minutos más tarde el primer ministro. En su discurso, Orbán describió la marcha como «el movimiento político más importante de Europa, que ha logrado mantener en el gobierno al único gobierno conservador y nacional de Europa durante todos estos años».
Hungría dice no a la guerra
¡Viktor, Viktor! Interrumpían el discurso los cánticos. «Esto se puede ver incluso desde el espacio», se refirió Orbán al tamaño de la multitud. «Bienvenidos a los vagabundos de la libertad, habéis traído con vosotros nuestra bandera, nuestra fe y esperanza, en el 56, marcó el tono nacionalista. «Hoy no hay disparos, sino una canción. No es sangre lo que se derrama, pero las banderas ondean», agregó, y destacó que están mostrando al mundo que «Hungría no olvida, no suelta las manos de sus héroes y es capaz de crear otros nuevos en cualquier momento».
El considerado como más estrecho colaborador de Putin desde dentro de la UE ha argumentado reiteradamente en su intervención contra el apoyo occidental a la vecina Ucrania y ha abogado nuevamente por un alto el fuego inmediato sin condiciones territoriales, además de presumir de su capacidad de bloqueo en Europa. «No hay nada imposible, sólo gobiernos incapaces», ha dicho, atribuyendo a sus posiciones el hecho de que «ahora, cuando el corazón húngaro late, todo el mundo lo escucha». «No cedemos a las exigencias, los elogios nos dejan fríos, no nos importan las golosinas, no queremos conquistar o construir imperios. Tampoco queremos decirles a los demás cómo vivir, y no sermoneamos a los demás sobre cuál es la forma correcta de vivir. Cualquiera puede hacer un anillo de hierro con madera o un tocino con un perro. Es asunto suyo, no tenemos nada que ver con él. Pedimos una sola cosa: ¡déjennos en paz, vivamos libremente!», llenó de expresiones populares su hostilidad a Bruselas.
«Los soviéticos tuvieron que marcharse, el FMI se ha ido a casa y la Bruselas pro-inmigración muestra la espalda. Ninguno de ellos pudo tragarnos, nos quedamos atascados en sus gargantas y tuvieron que estar felices de haber escapado sin mayores problemas», ha concluido, no sin antes acusar a Bruselas de «obstruir» el plan de paz de Trump para Ucrania y vaticinar que «mientras dure la guerra no habrá crecimiento económico en Europa».
Con esta última acusación y en claro tono electoral, culpaba a la guerra de la inflación persistente y el PIB estancado, eludiendo las acusaciones de corrupción. Su partido está rezagado en las encuestas, detrás de Tisza, de Magyar, que en su propio discurso, en un acto alternativo en la Plaza de los Héroes, se ha presentado como el catalizador de una «revolución democrática». «¡No creas en mí! Cree en ti mismo. Cree que eres parte de la historia, porque no hay sistema que tema por su poder y que sea más fuerte que lo que sentimos ahora: el amor a nuestro país, el poder de la comunidad, la voz de la libertad», ha dicho.
Magyar, un abogado de 44 años y ex miembro del Fidesz de Orbán, es el favorito de Bruselas y ha centrado su campaña en el campo rural. Mientras Magyar hablaba en Budapest, cientos de manifestantes se reunían en las afueras de la finca que se ha convertido en el símbolo de la corrupción vinculada a Orbán, Hatvanpuszta, casa señorial agrícola de los Habsburgo, a 6 kilómetros de Alcsútdoboz y donde Orbán pasó su juventud. El primer ministro ha negado las acusaciones de que es un retiro de lujo para él y su círculo más estrecho, calificándola de «granja a medio terminar». A las puertas del complejo, los manifestantes han sostenido carteles con consignas antigubernamentales y globos con rayas de cebra, que simbolizan los animales exóticos como cebras, antílopes y búfalos que pasean por la finca.


