Por Kelvin Ortiz Faña
El Pregonero, Santo Domingo.-En la historia reciente de la administración pública dominicana, pocos nombres generan tanta decepción como el de Nelson Arroyo. Su paso por el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL) ha sido, en el mejor de los casos, irrelevante, y en el peor, un retroceso para las aspiraciones del país de contar con una política moderna y eficiente en materia digital.

Cuando asumió el cargo, Arroyo se presentó como un funcionario comprometido con la modernización tecnológica, la reducción de la brecha digital y el fortalecimiento institucional de las telecomunicaciones. Sin embargo, al evaluar su gestión, el balance es desolador; promesas incumplidas, proyectos paralizados y una desconexión evidente con las verdaderas necesidades de la ciudadanía.
Uno de los puntos más críticos es la falta de resultados visibles en la expansión de la conectividad durante su gestión. En un país donde miles de estudiantes, trabajadores y comunidades rurales dependen de una señal estable para estudiar, trabajar o simplemente comunicarse, INDOTEL bajo la dirección de Arroyo no fue capaz de ofrecer soluciones reales. La brecha digital sigue siendo un muro infranqueable para vastos sectores de la población, mientras que los discursos oficiales se quedaban en retórica.
Tampoco se observó un liderazgo firme frente a las empresas de telecomunicaciones, que continúan ofreciendo servicios costosos y de calidad cuestionable. La institución que debía velar por la regulación y el equilibrio en el mercado pareció más interesada en acomodarse al status quo que en defender a los usuarios.
En lugar de avanzar hacia una transformación digital robusta y transparente, la gestión de Nelson Arroyo se caracterizó por la improvisación y el letargo. La visión estratégica que se requería para integrar al país a la economía digital global brilló por su ausencia.
La consecuencia de esta inacción es clara: un país rezagado en el ámbito tecnológico, ciudadanos desprotegidos frente a monopolios y una oportunidad perdida de dar un salto cualitativo hacia la modernización.
Nelson Arroyo pasará a la historia como un funcionario que pudo y debió hacer más, pero se quedó atrapado en la inercia y en la incapacidad. Un fiasco de funcionario, cuya gestión debe servir de ejemplo de lo que ocurre cuando la administración pública se llena de promesas sin ejecución y de discursos sin acción.
Pero lo peor de todo, que el presidente Luis Abinader lo sacó de ahí y lo premió con otro cargo.
¡A Dios que nos encuentre confesado!
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