Relato de un exfuncionario sobre su detención por el FBI en 2022

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Es interesante perder repentinamente la libertad. Así fue el 3 de junio de 2022.

Lo primero que hacen los agentes del FBI al detenerte es esposarte con las manos detrás de la espalda. Por más cuidadosos que intenten ser, el movimiento afecta los hombros. En este caso, no fueron particularmente gentiles.

Sin duda, parecía un hombre peligroso para los cinco agentes armados del FBI: 74 años, 65 kilos y 1.70 metros de estatura.

Una vez esposado, me sacaron por la puerta trasera del aeropuerto Reagan National, bajando escaleras portátiles hasta una pista donde un vehículo pequeño me esperaba para llevarme primero a la sede del FBI —cruzando la calle desde mi apartamento— y luego al tribunal.

En ese momento, Walt Giardina parecía un tipo agradable cuando no estaba armado. Actuaba como el típico ‘Buen Nazi’ que solo ‘cumplía con su deber’, sin el valor de enfrentarse al FBI y al Departamento de Justicia.

Sin embargo, luego descubrí, mediante documentos internos, que Giardina era un agente problemático dispuesto a abusar del poder para favorecer intereses partidistas —similar a James Comey, Peter Strzok o Lisa Page—.

Este comportamiento refleja una cultura organizacional de miedo e intimidación que data de la época de J. Edgar Hoover.

Cuando Hoover no estaba travestido o usando lápiz labial para sus cámaras privadas, abusaba del FBI para espiar a íconos como Martin Luther King, John y Bobby Kennedy, y recolectar información sobre congresistas para asegurar su puesto.

El poder siempre corrompe, y el poder absoluto del FBI ha corrompido a esta agencia lejos de ser heroica.

Al llegar a la sede, conocí a un agente desagradable: calvo, musculoso, que me ordenó callar y obedecer. Al menos me dio mi primera risa del día: no pudo tomar mis huellas dactilares correctamente.

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La segunda risa llegó cuando Walt y su compañero, a quien apodé ‘Clouseau’, me llevaron en su auto patrulla al tribunal, a pocas cuadras. No sabían cómo entrar al edificio y dieron vueltas hasta encontrar un elevador de carga que los llevó al sótano.

Allí comenzó el humillante registro corporal: quitaron mi corbata y cinturón para evitar un supuesto intento de suicidio. Luego, el registro íntimo. Finalmente, me colocaron grilletes de 7 kilos en los tobillos, alegando que era el ‘procedimiento estándar’.

Me pregunté si harían lo mismo con Donald Trump si lo arrestaban.

Mi último momento cómico fue cuando un guardia me dijo que la celda donde me encerraron fue la misma donde estuvo John Hinckley después de dispararle a Ronald Reagan. No encontré equivalencia moral entre un exasesor de la Casa Blanca y un hombre que intentó asesinar a un presidente.

Experimenté la vida en prisión: frío, bancos duros, baños sin papel, luz tenue y sin ventanas. Un mundo gris sin relojes, donde solo queda reflexionar.

Pensé: Si esto no te mata o te aburre hasta la muerte, te fortalece. Así que, Bidenistas y esbirros, hagan su mejor esfuerzo. Y lo hicieron: después de más de 600 días, terminé en una prisión federal.

Fragmento adaptado de ‘I Went to Prison So You Won’t Have To’, de Peter Navarro y Bonnie Brenner.

REDACCIÓN FV MEDIOS