#Mundo:Trump, Irán y la fotografía del cazador #FVDigital

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El ataque de los Estados Unidos a las instalaciones nucleares iraníes despierta en muchos lugares del mundo recuerdos trágicos: Vietnam, Irak, Afganistán, Siria… ahora Irán. Las guerras se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Casi siempre, mal. Nunca es tarde para recordar lo que Winston Churchill —por desgracia, ya no queda sitio para gente como él en el patio político del siglo XXI— solía decir a los militares británicos: “Recordad siempre que, no importa lo seguros que estéis de que podéis vencer fácilmente, no habría ninguna guerra si otros no creyeran que tienen una oportunidad”. 

A mí, además de la lógica preocupación, este bombardeo me ha traído recuerdos de la infancia. Cuando yo era niño, mi padre fue destinado a la Guinea Ecuatorial, entonces española, como Comandante de Marina. Estando allí, participó en un safari en el que —eran otros tiempos y nadie tenía que pedir perdón por ello— se dio caza a un elefante. A mi padre le divertía enseñar la típica fotografía del cazador, con la bota sobre el animal muerto; pero, a diferencia de Donald Trump, nunca presumió de haber sido él el autor del tiro mortal. Al contrario, no le dolía reconocer que, justo al mismo tiempo que él, también había disparado el cazador profesional que conducía el safari.

Trump, que desea ser la novia en la boda incluso más que aquella rancia dama de la canción de nuestra Cecilia, no podía perder la oportunidad de posar con su bota sobre lo que él cree el cadáver de Irán. Tiene algo a su favor: la presa, un programa nuclear que nadie desea, parece hoy tan legítima a los ojos del mundo como lo eran los elefantes hace 60 años. Pero hay dos diferencias notables entre esta fotografía y la que yo recuerdo. La primera es que el magnate, impúdicamente inmodesto, no tendrá ninguna dificultad en apuntarse el mérito de haber cazado a este elefante, relegando a Netanyahu —que es quien ha corrido con todos los riesgos— a un papel secundario. La segunda, mucho más importante para la humanidad, es que Irán no está muerto. Al contrario, está rabioso.

Y ahora, ¿qué va a pasar? Dice Trump —y no es que sea un hombre que se haya labrado una reputación a base de respetar su propia palabra— que más le vale a Teherán rendirse porque las cosas pueden ir a peor. Lo mismo suele decirle Putin a los ucranianos. ¿Bombardeará el presidente republicano las ciudades iraníes como hace el dictador ruso en Ucrania casi cada noche? Y, si lo hace, ¿tendrá más éxito que Nixon en Hanoi? No lo creo. Ni una cosa ni otra.

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Más allá de que Jamenei pueda rendirse, hipótesis que considero extremadamente improbable cuando nadie está dispuesto a poner soldados sobre el terreno, no ha explicado Trump cuál es su estrategia de salida para la guerra que acaba de comenzar. La de Netanyahu sí que está más clara: derribar al régimen de Teherán. Pero no parece probable que tenga éxito. Vemos en televisión gente en las calles de las ciudades iraníes, pero están cantando “muerte a Israel”, no “fuera el velo islámico”. Además, si se consiguiera lo que Tel Aviv desea, ¿qué podría ocurrir en Irán? El heredero del Sha sueña despierto con una transición a la española, pero solo se le escucha en los medios occidentales. La caída del régimen de Jamenei no llegará sin violencia. Al primer ministro israelí no le importan las consecuencias para el mundo de una hipotética guerra civil en Irán, pero Trump tendrá dificultades en emplear su comodín —culpar a Biden de todo lo que salga mal— si esto llega a ocurrir.

Los riesgos están ahí: salida de Irán del Tratado de No Proliferación, campaña aérea prolongada de rendimiento —y legitimidad— decrecientes, guerra civil en un país cuatro veces más grande que Siria, oleadas de refugiados, nueva crisis del petróleo, acciones terroristas… ¿Hay alguna luz al final del túnel? Quizá sí.

Dirijamos la vista al Yemen. Tan pronto como se cansó de una guerra que no llevaba a ningún lado, Trump firmó con los hutíes una paz por separado. Genio y figura, vendió como una victoria lo que fue un empate de manual. Un empate que concedió a los rebeldes yemeníes el “derecho” de seguir lanzando misiles sobre Israel. Si tenemos suerte y tanto Teherán como Tel Aviv se abstienen de atacar los blancos que de verdad podrían provocar una escalada de las hostilidades —las plataformas petrolíferas iraníes, por parte de Israel, o el tráfico marítimo en el estrecho de Ormuz por parte de Irán— quizá ahora termine ocurriendo lo mismo. Del mal, el menos. Crucemos los dedos.



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