#Mundo:Queremos ser europeos | Opinión de Carmelo Encinas

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Fue como arrimar la chispa a un ramo de estopa. Bastó un artículo del periodista Michele Serra en el diario La República para que en Roma prendiera la llama del orgullo europeo. Unas 50.000 personas llenaron la plaza del Popolo para reafirmar los valores fundacionales de la Unión Europea y relanzar la unidad en un momento en que la autoestima de los comunitarios parece estar bajo mínimos ante las figuras imperantes de Donald Trump y Vladimir Putin, empeñados en humillarnos. Fue una expresión espontánea, no partidista, aunque recibiera el apoyo y la asistencia de políticos, como el propio alcalde de la ciudad eterna. Una invocación a la ciudadanía, a los administradores locales, sindicatos y movimientos cívicos para unirse bajo la bandera azul con su círculo de estrellas doradas.

Lo ocurrido en aquella plaza romana es la muestra palmaria de que, al margen de las diferencias políticas, hay una infantería social en Europa que siente el orgullo y el convencimiento de vivir en el mejor lugar del planeta, un espacio de progreso que fundamenta su existencia en los principios democráticos y el Estado de derecho frente al autoritarismo rampante y los populismos que promueven modelos de gobernanza con narrativas autocráticas.

La UE está lejos de ser perfecta pero, a pesar del auge de los nacionalismos ultramontanos y su disposición a dinamitar la unidad en favor de los intereses de Moscú y ahora también los de Washington, son mayoría inmensa los europeos que no aceptan la imposición de otros modos de vida que no estén basados en las libertades y el respeto a los derechos sociales.

Europa ha sido históricamente el hogar de grandes pensadores, artistas y movimientos sociales que han cambiado el rumbo de la humanidad. Es un legado que ha de ser motivo de orgullo para quienes aquí habitamos. La Unión Europea, como conjunto de naciones que rechazan la guerra como solución a los conflictos apostando por el diálogo y la cooperación, representa en sí misma un valor incalculable y un referente para el resto de los ciudadanos del mundo. En tiempos de crisis migratoria, económica o climática e inmersos, además, en profundos procesos transformadores como la digitalización, resulta imperativo el mantener incólumes los principios de solidaridad y tolerancia. Promover la identidad europea activa un sentimiento de pertenencia que nos impulsa a defender y fortalecer esos fundamentos con un sentido de responsabilidad compartida.

Nos enfrentamos a grandes retos globales que solo pueden abordarse con una acción conjunta. «No hay que perder ni un solo segundo en lamentarse», decía en una reciente entrevista la presidenta del Banco Europeo de Inversiones, Nadia Calviño, hay que centrarse en la acción. La exministra española de Economía, en medio de lo que define como un «movimiento de las placas tectónicas sobre las que se apoyó el orden mundial en los últimos 80 años», reivindica la confianza en nosotros mismos recordando las extraordinarias fortalezas de Europa. Somos, dice, una superpotencia comercial y tecnológica y nuestros valores nos hacen más fuertes. A esos valores y principios, unidos en la diversidad y el sentido de civilización, se refirió Roberto Gualteri, alcalde de Roma en su alocución en la plaza del Popolo. Para ir adelante Europa ha de ser más popular y menos populista.

Sería deseable que esa manifestación se repitiera en todas las ciudades europeas. Es lo que propugna el escritor Javier Cercas mientras proclama que no queremos ser americanos ni rusos ni chinos, que queremos ser europeos. Dónde hay que firmar.

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