#Mundo:Opinión de Rebeca Marín sobre Donald Trump

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Acabo de volver de Marrakech, esa ciudad donde el regateo es más religión que la propia religión, donde es tradición, y las tradiciones, en países como Marruecos, se respetan. Un teatrillo en el que el turista medio europeo se siente incómodo. Primero, porque hablar de dinero nos incomoda; después, por eso de la incertidumbre y la inestabilidad de precios: un bolso o unas babuchas pueden costar tres euros una tarde, 30 al día siguiente o 45 el mismo día y en el mismo puesto; y, por último, porque todo depende de nuestra habilidad para el engaño y nosotros somos más de realidades inmutables, normas, burocracia y regulaciones.

El juego consiste en empezar por un precio muy bajo para ir subiendo, enfadarte y marcharte, o hacerte el ofendido negándote a bajar el precio, jugar con la debilidad del de en frente, que tiene más necesidad de vender que tú de comprar, o, al contrario, porque nunca se sabe. Ser consciente de tu supremacía y si llega el caso, bajar tanto el precio que se roce la ofensa al otro, o subirlo mucho para humillarlo y conseguir lo deseado.

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Un tira y afloja absurdo para el turista porque, haga lo que haga y, compre por el precio que sea, siempre se va con la sensación de salir perdiendo, de haber sido estafado. Es curioso que un tipo como Trump, que desprecia la cultura árabe, acabe haciendo lo mismo que ellos, erigiéndose el rey de regateo con los aranceles, convirtiendo el mundo en un zoco cualquiera, donde él es el poderoso bailando con sus bracitos al ritmo de los precios y, nosotros, los europeos, los turistas mojigatos que no entendemos la dinámica y asistimos a un juego ‘trumposo’ en el que tenemos la sensación de que él siempre gana y nosotros perdemos.



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