
Cada año mueren en España unas 450.000 personas. En cerca del 55% de los casos se opta por la inhumación frente al 45% que elige la incineración, según datos del Instituto Nacional de Estadística. Un féretro precisa de entre 35 y 50 kilos de madera, por lo que esos funerales emplean la madera que producen medio millar de hectáreas de bosque en España. ¿Hay opciones más ecológicas? Las hay.

Es el caso de la acuamación o hidrólisis alcalina, una técnica que se practica en Estados Unidos, México, Canadá, Sudáfrica, Singapur, Reino Unido e Irlanda. En Países Bajos existe ya un protocolo desde 2020 y ahora se empieza a implantar en Bélgica.
Con este procedimiento los restos humanos reciben un tratamiento de hidrólisis alcalina que acelera su descomposición. Un proceso que naturalmente demoraría 20 años se reduce a tan solo unas horas con la cremación con agua. Se trata de despedirse de este mundo de la forma más sostenible posible y esta técnica lo consigue.
La acuamación reduce significativamente el consumo de energía (utiliza 8 veces menos) y libera menos contaminantes que la incineración tradicional porque no requiere de combustión. En suma, su huella de carbono es mucho menor.
Su aplicación funeraria comercial comenzó a partir de la década de 2010. En 2011 se instaló la primera máquina comercial de hidrólisis alcalina en una funeraria de Florida, en EEUU. Diez años después, en Sudáfrica, el arzobispo Desmond Tutu pidió, antes de fallecer, ser sometido a acuamación por sus convicciones ecológicas.
Cómo se hace la ‘cremación’ con agua
Para llevar a cabo la acuamación, el cuerpo se coloca en una cámara hermética llena de agua con productos alcalinos. La cámara se calienta y comienza a desintegrar el cuerpo hasta dejar solo huesos, y a los huesos los tritura con un aparato.
¿Qué productos alcalinos se utilizan? Suelen ser soluciones acuosas de hidróxidos de metales alcalinos tales como hidróxido de sodio (NaOH) o hidróxido de potasio (KOH). Con el calentamiento de los componentes se acelera drásticamente la hidrólisis.
El cuerpo se coloca en un recipiente metálico a presión que se llena con una mezcla de agua e hidróxido de potasio y se calienta a una temperatura de unos 160°C a una presión elevada que impide la ebullición. Los restos humanos se descomponen en sus componentes químicos, desintegrando completamente su ADN.
El proceso dura aproximadamente de cuatro a seis horas. Con temperaturas y presiones más bajas (unos 100°C) el proceso dura de 14 a 16 horas. Al principio, la mezcla es muy alcalina, con un pH de 14, que desciende a 11 al final. El resultado es, por un lado, un líquido verde-marrón que contiene aminoácidos, péptidos, azúcares y sales, y por otro, restos óseos blancos, blandos y porosos (fosfato de calcio)
Todo ello se se trituría fácilmente con la mano, pero se utiliza un cremulador. Lo que queda es un polvo blanco, que luego puede devolverse a los familiares del difunto como se hace con las cenizas de la incineración clásica con combustión.
El líquido, tras haber neutralizado su pH altamente alcalino y filtrados sus posibles agentes químicos, se elimina a través del alcantarillado o planta de tratamiento, cumpliendo con las normas sanitarias locales.
La imparable llegada del ataúd de cartón
- Un primer paso para reducir el impacto medioambiental de la muerte de nuestros seres queridos reside en emplear materiales más sostenibles, como los ataúdes de cartón, más ecológicos y económicos. Un ataúd tradicional cuesta entre 500 y 3.500 euros, detalla Efe. Para abaratar costes han llegado los de cartón, habituales en países como Polonia, pero poco frecuentes aún en España. Su precio empieza en 100 euros. Existen también opciones en bambú o mimbre y versiones más sofisticadas, como los féretros de micelio de hongos, además de proyectos de ataúdes a base de algas y conchas.
¿Tan poco ecológica es la incineración?
Incinerar un cuerpo genera unos 245 kilos de CO2, según la industria funeraria británica, lo que equivale al CO2 que libera a la atmósfera un vuelo París-Madrid. La cremación clásica requiere también 285 kWh de energía térmica, equivalente al consumo eléctrico de un hogar durante tres o cuatro días. Además, libera sustancias peligrosas como óxidos de nitrógeno, dioxinas, furanos y vapor de mercurio. Además, en los hornos crematorios, materiales como las amalgamas dentales que contienen mercurio pueden liberarse al aire en forma de vapor tóxico.
Un entierro tradicional libera entre 500 y 800 kilos de dióxido de carbono, de acuerdo con la Escuela Politécnica de París. A ello se añade el impacto de los productos de embalsamamiento que contienen sustancias cancerígenas persistentes en el entorno, como formaldehído o metanol, mientras que los ataúdes alojan metales, barnices y lacas que también pueden filtrarse al suelo.


