El éxito de una serie hoy en día se mide en las redes. Pero los debates que suscita Adolescencia, lo nuevo y más visto de Netflix, trascienden lo virtual y ocupan las filas de supermercado, las oficinas y las cenas entre amigos. Porque de esta historia de un adolescente criminal surgen cuestiones que nos ocupan a todos. Desde la educación o la delincuencia, hasta un temor compartido: la compleja relación entre Internet y la violencia.
Ni los videojuegos, ni la red, ni las pelis de acción convierten a chavales en delincuentes. Pero sería una irresponsabilidad no asumir que el cúmulo constante de ciertas imágenes, es decir ideas, pueden llegar a moldear la mente de individuos jóvenes hasta impactar en su raciocinio. En especial si se habla de personas en edad de crecimiento, momento crítico en la delimitación de lo ético, la gestión emocional y, en última instancia, de la calibración del bien y del mal.
Adolescencia plantea la situación en la que un chico es acusado de agredir a una compañera de instituto. A partir de ahí, van aflorando los mecanismos mentales de un niño de 13 años, al tiempo que vamos percibiendo ciertas dinámicas grupales de los jóvenes en la actualidad. En el telón de fondo nos topamos con la manosfera, la regla 80/20, los incels y los peligros que conlleva el pozo oscuro y sin fondo de Internet. “Pensaba que en su habitación estaría a salvo”, sentencia el personaje del padre, interpretado por Stephen Graham, al final de la serie. Y ahí está la clave.
La manosfera es un conjunto de comunidades y foros online donde aflora la misoginia y el antifeminismo reaccionario. Se promueve una masculinidad hipertrofiada basada en la frustración. Básicamente, son hombres que cosifican y demonizan al género femenino porque se sienten rechazados. En la manosfera abundan los incel (célibes involuntarios), un término que surgió en Internet para describir a varones que no logran tener relaciones sexuales o afectivas. El concepto ha ido evolucionando y se ha diversificado, pero existe una parte de esa comunidad que se ha radicalizado, hasta convertir su desdén en hostilidad. Una violencia tanto física como verbal y emocional.
Se sustituyen las relaciones sentimentales por metas individualistas hasta despreciar el objeto de su deseo
La regla 80/20 que se menciona en la serie se inscribe en este contexto, y hace referencia a una teoría que asegura que el 80% de las mujeres están interesadas solo por el 20% de los hombres. Partiendo de esta presunta desventaja, esta idea sugiere que el “mercado de citas” está sesgado contra el tipo promedio, porque la mayoría de mujeres solo buscarían hombres atractivos, exitosos, adinerados y dominantes. Así, transforman un presunto rechazo en motor de aversión. Se sustituyen las relaciones sentimentales por metas individualistas hasta despreciar el objeto de su deseo. Lo ansían tanto que lo acaban odiando, porque la obsesión se hace toxicidad.
En estas comunidades se oscila entre el abandono total de la mujer hasta consejos para lograr masculinizarse. Técnicas ya no de seducción, sino de manipulación, donde la mujer es tachada de caprichosa, mentirosa y frívola. Se trata de un escenario en el que se asocian el éxito y la felicidad al dinero, la ostentación y la cosificación de la “hembra”, transformada en ganado. ¿Y qué tiene que ver todo esto con Adolescencia?

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La serie no etiqueta al protagonista de incel. Tampoco demoniza a esa comunidad. Pero sí muestra una realidad preocupante, y es la exposición constante y diaria de los adolescentes a un tipo de contenido violento y misógino que ha aflorado alrededor de la manosfera. El consumo de esta ideología puede manipularlos y provocar sentimientos agresivos, resentimiento, tendencias antisociales y maquiavelismo.
Por un lado, estas ideas infectan al protagonista hasta llevarlo a deshumanizar a la mujer, y al mismo tiempo, son usadas como burla por otros estudiantes. Es evidente que un niño de 12 años no puede ser catalogado como incel, pero sus compañeros pueden utilizar ese concepto para insultarlo, y un chico puede sentirse como tal, aun sin serlo. El trasfondo vuelve a ser el bullying, que se nutre de modas, y la manosfera es una más de nuestra era.
En este contexto surgen autoproclamados mesías con falsas promesas de gloria si se siguen sus consejos o si se compran sus cursos online. Uno de los ejemplos más notorios es el de Andrew Tate, un influencer y ex boxeador trumpista acusado de violación, trata, explotación sexual y blanqueo de capitales. Un tipo que se vanagloria en redes de gastarse 185.000 dólares en un jet privado mientras se ríe de la clase trabajadora y afirma públicamente que todas las mujeres son unas mentirosas.
Lo preocupante no es tanto que existan personajes como este, sino que los sigan millones de personas. Miles y miles de adolescentes consumen su contenido a diario, absorben su ideario creyendo que es el paradigma del éxito, y lo asumen como ídolo. Sus mensajes no instigan directamente a cometer actos delictivos, pero nutren sentimientos negativos y agresivos.
La sociedad está cada vez más concienciada en términos de igualdad y, sin embargo, los niveles de machismo y violencia juvenil aumentan
La gravedad del asunto es cuantificable: la sociedad está cada vez más concienciada en términos de igualdad y, sin embargo, los niveles de machismo y violencia juvenil aumentan. Su banalización en edades tempranas a menudo no responde a trastornos o familias desestructuradas, sino a un incorrecto manejo emocional, huecos educativos y exposición a ideas tóxicas que tendrán consecuencias directas en el control de impulsos, las expectativas o la ira.
Los adolescentes son plenamente conscientes de sus actos, pero no lo son tanto de sus consecuencias o significado profundo. Es en la normalización de estas conductas e insignias donde se gesta el desvío del raciocinio. Pero la serie va un paso más allá, y nos muestra sutilmente su opuesto. Dos personajes sufren bullying, pero solo uno se vuelve violento. Dos hermanos son educados de la misma manera, pero solo uno explota. Unos son más permeables que otros. El peligro que mencionaba el padre del protagonista al creer que su hijo estaría a salvo en su habitación queda claro. No se trata de demonizar al ordenador, sino de prestar atención y no descuidar la supervisión.
