#Mundo:La libertad guiando al pueblo #FVDigital

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Hace unos días, me llevé una de las alegrías más grandes de los últimos años cuando conocimos que el Comité del Nobel de la Paz de Oslo le había otorgado el premio en esta ocasión, la de 2025, a María Corina Machado, la incombustible líder de la democracia y del pueblo de Venezuela frente a la tiranía de Nicolás Maduro.

Esta mujer va a pasar a la historia por ser un ejemplo firme y tenaz de su compromiso con la libertad. Para apuntalar su leyenda tuvo que protagonizar una huida digna de una película de ciencia ficción a fin de escapar de su país, donde estaba escondida, y viajar a Oslo con objeto de recoger el premio. Se jugó, literalmente, la vida. No llegó a tiempo para recibirlo en sus propias manos en la ceremonia oficial –su admirable hija la representó magníficamente– pero eso es lo de menos, porque dejó en el más completo de los ridículos a los esbirros del tirano, que la perseguían por todas partes. Y consiguió burlarlos.

Pocas veces un Nobel de la Paz había concitado un aplauso internacional tan resonante. Y el mérito es de ella, porque ha logrado trasladar al mundo, incluso desde la clandestinidad, un mensaje de honradez y de fidelidad con los ideales democráticos y una capacidad de aglutinar a todas las sensibilidades dispuestas a luchar por la libertad.

El mundo entero sabe que esta mujer asombrosa, de una valentía inaudita, ha escapado cien veces de las garras de los sicarios venezolanos, determinados a detenerla, encarcelarla e incluso matarla por orden de Maduro. Hace mucho tiempo que no ve a su familia. Muy poca gente sabe dónde vive o ha vivido y cómo. Pero ahí está, incólume, mostrando la sonrisa audaz de quien ha decidido sacrificarlo todo para proteger un ideal: el de la libertad, el de la democracia, el de la resistencia a la tiranía, el de la dignidad de un pueblo sojuzgado. El suyo es un heroísmo que recuerda al de la resistencia de los demócratas frente a los nazis, durante la última guerra mundial.

Junto con Edmundo González, el presidente legítimo de Venezuela, a quien Maduro robó por la fuerza las elecciones de 2024, Corina Machado es el mejor y más luminoso símbolo de su país. Y lo ha conseguido frente a Maduro, un tipo mediocre y siniestro, que solo sabe hacer payasadas en televisión, y que se mantiene en el poder por la imposición de un régimen de terror y con el apoyo, de momento, de los muy bien pagados generales. María Corina es algo así como aquel viejo cuadro de 1830 del pintor francés Eugéne Delacroix, conocido como “La libertad guiando al pueblo”, convertido sin duda en un emblema de la dignidad.

No todo el mundo, sin embargo, participa de la misma simpatía por esta mujer admirable. Sigue sin entenderse salvo por contraprestaciones turbias que se acabarán conociendo, por qué cierta izquierda casposa, esclerótica y fanática sigue hoy apoyando a Maduro. ¿Por qué él dice de sí mismo que es de izquierdas y que lucha contra el imperialismo capitalista? Es mentira. Los que le apoyan no tienen nada que ver con esa izquierda socialdemócrata, que cimentó tras la Segunda Guerra Mundial el Estado de Bienestar en Europa y unos regímenes de libertad y de respeto a los derechos humanos. Con esta añorada izquierda se puede coincidir o no ideológicamente, pero mantiene unas señas de identidad intocables: responsabilidad política y un respeto por la democracia y por la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas.

Maduro ha robado las elecciones una y otra vez, se mantiene en el sillón a punta de bayoneta, es sospechoso de controlar el narcotráfico, ha creado una red clientelar destinada a proteger solo a los suyos y a dejar en la miseria a todos los demás; un sátrapa al que ni le preocupa que ocho millones de venezolanos estén exiliados, casi la tercera parte de la población total del país. Alguien así no es de izquierdas. No puede serlo. Es un simple tirano.

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Pero parece que esa izquierda desvirtuada y rancia prefiere a un mafioso astuto y cruel antes que a una mujer honrada, valiente e irreprochablemente demócrata. Algún día, esperemos que más temprano que tarde, estos izquierdistas trasnochados tendrán que responder por lo que han hecho y dicho.

Por eso, va siendo hora de que el Gobierno español y el partido que lo sustenta se explique por su vergonzosa y oscura equidistancia entre el déspota y sus víctimas. Una equidistancia que lo único que ha revelado en múltiples ocasiones es una complicidad bochornosa con ese régimen totalitario, corroborada hace apenas un año con una tibieza ambigua y sonrojante ante el clamoroso fraude de las elecciones de julio de 2024, denunciado y condenado internacionalmente. Para cerrar este bochornoso círculo no ha tenido ni siquiera la decencia de enviar una felicitación formal, como cortesía diplomática, a María Corina por su premio Nobel. Revelador.

Y algo tendrá que decir también el representante oficioso en el exterior del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que lleva años manteniendo una actitud meliflua y cínicamente sonriente con su amigo el dictador. Una actitud de “comprensión” y de “diálogo”, que el propio expresidente español justifica para tratar, según dice, de encarrilar la democracia en Venezuela, al estilo de la transición española. Todo falso. Y no puede ocultar lo que realmente es: una connivencia soterrada y miserable con ese régimen dictatorial, que se plasma mostrando una tolerancia y buena cara ante el opresor, mientras que ante el oprimido mira para otro lado y se guarda un silencio lleno de vergüenza.

La propia María Corina expresó desde Oslo su decepción por la actitud complaciente con Maduro por parte del Gobierno de España y afirmó que la historia juzgará este comportamiento a su debido tiempo, así como que algún día se sabrá el porqué de esta postura contraria a los valores democráticos.

El Comité del Nobel ha dado con acierto su premio, uno de los más antiguos que existen, a María Corina Machado, la brava campeona de la democracia y de los derechos humanos en su país. Una decisión irreprochable, como cuando se lo otorgaron, por ejemplo, a la Cruz Roja, en cuatro ocasiones; al médico Albert Schweitzer, por su respeto a la vida y el servicio a los demás; a Martin Luther King, líder del movimiento de los derechos civiles en EEUU hasta que fue asesinado; o a Nelson Mandela, activista contra el apartheid, por el que estuvo casi treinta años en prisión. Los demócratas de todo el mundo nos hemos llevado una inmensa alegría porque ese premio, un impulso muy poderoso para la idea de la libertad, nos hace pensar que no todo está perdido, aunque a veces lo parezca, y que sigue viva la llama de la esperanza en un mundo más justo.



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