

España quería ser europea. La creciente clase media empezaba a viajar y a sentir envidia de nuestros vecinos que vivían sin mordazas dictatoriales ni las rancias normas del nacionalcatolicismo que paseaba a Franco bajo palio. El régimen presumía del incremento de turistas que, además de proporcionar divisas a la depauperada economía del país, proyectaba una aparente internacionalidad con la que opacar nuestra condición de parias carentes de derechos y libertades. Eurovisión con su concurso de canciones era el escaparate perfecto para aparentar la deseada integración. El certamen había arrancado en Lugano en 1956 con la tímida participación de siete países y España se incorporaría 5 años después presentando a una de nuestras estrellas del momento, la cantante Conchita Bautista. Su canción, Estando contigo, sonaría hasta la saciedad en el éter nacional aunque en aquel debut no pasaríamos del noveno puesto.
Nuestros representantes tampoco lograrían destacar en el concurso a pesar de esfuerzos tan notables como los del venerado Raphael con su Yo soy aquel de 1966 o su Hablemos del amor de 1967. Fue un año después, en el 68, cuando el entonces director general de RTVE, Adolfo Suárez, recibió la orden directa del ministro Fraga Iribarne de intentar por todos los medios presentar una canción con opciones de ganar y que pudiera homologarnos al resto de Europa al menos en el ámbito artístico, orden que provenía de El Pardo. Había que buscar una tonadilla pegadiza y la encontraron en el La, la, la que antes había cantado Joan Manuel Serrat, del que hasta entonces no sabían lo contestatario que era. Serrat la quiso cantar en catalán, el régimen lo consideró inadmisible y fue la cantante Massiel quien la defendió con tanto ardor que se alzó con el triunfo humillando al británico Cliff Richard, quien se creía favorito. Aquello fue un acontecimiento nacional y desde entonces nuestro país ha puesto toda la carne en el asador por volver a conquistar Eurovisión. Lo lograría Salomé un año después cubierta de plumas con su Vivo cantando, pero hubo de compartir la gloria con Francia, Países Bajos y el Reino Unido. Para España no hubo más éxitos, y eso que estrellas de la talla de Julio Iglesias, Karina o Mocedades lo intentarían con sus mejores artes.
Nuestro país, uno de los que más aporta al certamen, y otros cuatro más no irán a la próxima edición al decidir la Unión Europea de Radiodifusión (UER) mantener la presencia de Israel a pesar de estar acusado de genocidio y seguir bombardeando Gaza incluso tras el plan de paz con el que Trump pretendía ganar el premio Nobel de la Paz. Más de 200 palestinos han sido asesinados desde entonces que se suman a los 71.000 caídos en la Franja por las bombas y el hambre. Una acción criminal que el Gobierno de Netanyahu trató ya de blanquear en la pasada edición manipulando el televoto en favor de su representante que a punto estuvo de alzarse con el triunfo. El Ejecutivo sionista no se ha molestado siquiera en disimular la presión obscena que ha ejercido sobre los países miembros de la UER para mantenerse en el certamen y no ser demonizado como en su día ocurrió con Rusia cuando invadió Ucrania. Una acción en la que el lobby hebreo ha trufado su fortaleza financiera y diplomática en Europa con la influencia económica de Moroccanoil, empresa israelí de cosméticos patrocinadora de Eurovisión desde 2020. Tel Aviv ha logrado así dividir a los miembros de una organización que en casi siete décadas se había mantenido unida. Por vez primera desde Conchita Bautista España no estará el año que viene en el certamen. Israel gana, Eurovisión no.


