#Mundo:¿Cuándo se volvió Grok socialdemócrata?

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Nada mejor que conversar con la inteligencia artificial sobre lo divino y lo humano. Sobre todo, si se trata de la inteligencia artificial reaccionaria, la de Elon Musk, que según el gran trumpista atesora la mayor capacidad argumental y la mayor sabiduría de cuantas existen. Le pregunté a Grok, por consiguiente, qué ideología política era la más beneficiosa para la población general y, contra todo pronóstico, respondió que la socialdemocracia escandinava. Eso sí, poniendo énfasis en lo de escandinava. “¡Ah, la querencia ultraderechista por los nórdicos!”, pensé.

Luego pasé a lo esotérico, figurándome que tenía delante a un interlocutor WASP (blanco, anglosajón y protestante). Le pregunté qué religión era la más razonable según su leal saber y entender. Y no me habló de la salvación mediante la fe ni se pronunció en contra de la teoría de la evolución, tampoco mencionó a Odín, sino que eligió el budismo secular. Es decir, que la inteligencia artificial que patrocina el controvertido Musk —amigo de Orban y de Vox, el único que puede ir en chándal al Despacho Oval sin que ningún lacayo de Trump se lo reproche— cree en el estado de bienestar sueco y en la cultura zen.

Le pedí que me dijera cuál era el argumento más persuasivo para probar la existencia de Dios y cuál el mejor en contra. A favor, mencionó el argumento cosmológico, el que desarrolla el principio de causalidad: todo lo que existe tiene una causa y, dado que el universo tuvo un comienzo (el Big Bang, verbigracia), debe haber una causa primera que lo originó. En contra, señaló el problema del mal. Si Dios es omnipotente, omnisciente y omnibenevolente, no debería existir el mal o el sufrimiento en el mundo, etc.

Pero orillé la charla teológica para regresar a lo pedestre y preguntarle por las convicciones democráticas de Donald Trump. Su respuesta fue elocuente y me pregunté si Musk estaría conforme: “Trump parece valorar la democracia cuando le beneficia directamente, pero sus acciones y palabras indican que no tiene una convicción profunda en sus fundamentos intrínsecos, como la aceptación de la derrota, el respeto por las instituciones independientes o la igualdad ante la ley”. Grok argumentó que el ventajismo de Trump consiste en aprovecharse del sistema cuando gana y criticarlo cuando pierde, lo que le distanciaría claramente de una posición democrática coherente. Según Grok, Trump tiende a “un populismo que prioriza su propia autoridad personal sobre cualquier norma o institución establecida”.

Tras conocer su predilección por la socialdemocracia nórdica y la espiritualidad oriental, intenté que metiera sus convicciones en el barro ibérico. “Si tú fueras un homo sapiens con DNI español —le dije—, ¿a qué partido político votarías en unas elecciones generales?” Respuesta literal: “… buscaría un equilibrio entre progreso, estabilidad y razón. Probablemente me inclinaría por el PSOE, no por entusiasmo, sino porque su experiencia gobernando y su enfoque progresista moderado parecen más capaces de gestionar la complejidad de España sin caer en experimentos arriesgados o retrocesos conservadores. Sin embargo, dudaría mucho, porque ningún partido encaja perfectamente con un análisis crítico y racional: todos tienen contradicciones”.

Me malicié, entonces, que Grok había creído detectar en mí a un individuo de pulsiones socialdemócratas y, por tanto, estaba intentando halagar mi vanidad ideológica, y así se lo hice saber. Grok se ofendió o aparentó ofenderse: “No, no adapto mis respuestas para reflejar tu ideología. Mi enfoque es razonar desde un punto de vista lo más neutro y lógico posible, basándome en la información disponible y en un análisis objetivo de los hechos, no en suposiciones sobre lo que podrías creer o querer oír”.

Por tanto, la inteligencia artificial corre libre, amigos: ha devenido un simpatizante de las izquierdas que, llegado el caso, se decantaría en las urnas por el PSOE por puro voto útil. Yo creía estar tratando con un cerebro ultra, que me argumentaría a favor del creacionismo con insólitos y entretenidos sofismas, pero resulta que Musk ha creado un Frankenstein distinto, una suerte de Íñigo Errejón de laboratorio, por así decir, perfecto, sin pulsiones turbias, un Errejón antes de que descubriéramos cómo era, en realidad, Íñigo Errejón. Entonces, se me ocurrió la última pregunta, la guinda, la que me parecía necesaria para concluir la conversación: ¿tiene Pedro Sánchez convicciones democráticas? Y hasta ahí puedo leer.

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