Mudanzas | Opinión de Espido Freire

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En un momento en el que lo que antes eran pisos se han convertido en moteles de paso, y en el que las casas a las que podemos escoger mudarnos se encuentran disponibles en otros lugares y solo por unos días, en vacaciones, la última semana nos ha traído un desplazamiento digital sin precedentes; el paso de X a Bluesky ha supuesto un éxodo tan simbólico como el que realizamos en las escapadas de fin de semana, pero la mayoría de usuarios lo hemos afrontado con la épica y la seguridad de movimientos propia de quien ha visto la última película de Ridley Scott y se ha creído que cada paso dado retumba en la eternidad.

Los cambios de redes sociales son tan legítimos como banales: de hecho, si en algo coinciden en los últimos tres años todas ellas es en la dificultad de que un mensaje llegue a sus destinatarios, en el posicionamiento de pago y en la irrupción salvaje de la publicidad, es decir, en todo lo que convierte un espacio seguro en un zoco, en todo lo que transforma el impulso de una comunidad en irrelevante. Pero el ser humano se maneja bien con las contradicciones y mal con las elecciones: cada una de las opciones que tomamos se vive con un dramatismo digno de mejor causa, con una parálisis volitiva que obliga a decidir entre marcas, entre partidos, entre amores y deseos de manera desgarrada y definitiva. Hasta la siguiente vez.

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Los primeros días usaremos el felpudo; tras eso, algún día lloverá, y poco a poco entrará algo de barro. Los suelos y las redes duran limpios cada vez menos tiempo, descentralizados o no. Quizás esa sea la clave ahora, espacios de usar mientras se pueda y tirar cuando ya no se soporte: venimos ya de mucha mili hecha, de demasiadas ilusiones renovadas como para no saber que todo se inicia como por vez primera, pero nunca es, en el fondo, como la primera vez. Y no olvidemos que tres mudanzas, dicen, equivalen a un incendio.



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