“Mucho gusto, soy Hugo Chávez”

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Hugo Chávez


Dedico este artículo a Venezuela y a su imprescindible cambio en el Palacio de Miraflores. Ya la era de Hugo Chávez terminó.

Ocurrió hace unos 30 años. No recuerdo bien. Yo estaba en la capital. Visitaba a un amigo que vivía en la segunda planta de un pequeño apartamento. No sé dónde quedaba, aunque era evidente que la zona era de “clase media baja”. Cuando me marchaba, llegó un hombre delgado, inquieto, con acento sudamericano.

Opté por quedarme un rato, por curiosidad. Entramos en conversación de inmediato, como si nos conociéramos de antaño. Me preguntó que de dónde era, dando a entender que parecía extranjero. “Soy dominicano, de Santiago, cibaeño puro, de profesión abogado,”, le contesté orgulloso. Entonces me dijo: “Soy venezolano, revolucionario, militar desde siempre y hasta mi muerte; mucho gusto, soy Hugo Chávez”.

Era la primera vez que escuchaba ese nombre. Se notaba deseoso de expresarse, como un niño parlanchín después de ir a misa. Empezó hablándome de armas de fuego, de las diferencias entre las italianas, estadounidenses e israelitas. Me explicó todo con lujo de detalles, jurando que yo lo entendía; pero cuando se percató de que yo estaba “en Belén con los pastores”, en un santiamén cambió el tema y se enfocó en la historia relacionada con la política.

Mi interés se reanimó cuando habló de Francisco Alberto Caamaño Deñó, cuya trayectoria sabía de memoria y lo hacía con marcado respeto y admiración. Analizó con profundidad la “Revolución de Abril” del año 1965 y la posterior invasión “yanki” a nuestro territorio. De lo último se pronunció con una mezcla de pasión y rabia. “Es un guardia socialista”, pensé algo incrédulo.

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Luego de escuchar mis opiniones, se refirió a su esperanza de que nuestra Latinoamérica fuera una, libre e independiente, destacando el ideal de Simón Bolívar, a quien veneraba. Posteriormente, resaltó los ideales de José Martí y de Eugenio María de Hostos, quienes enfrentaban el colonialismo y promovían la unión de nuestro continente, en especial la Antillana.

El diálogo fluía en un ambiente sano, edificante. Nos despedimos con un poco de tristeza, pues ambos queríamos continuar. Pocos años después su foto apareció en los principales medios de comunicación del mundo. Quedé impresionado y entonces traté de no olvidar aquella plática que hoy resumo.

Hugo Chávez, con sus luces y sombras, tuvo convicciones y luchó por ellas. Llegó al poder porque la realidad venezolana de entonces requería cambios profundos. La Venezuela actual también necesita una radical transformación. Su régimen, agotado y sin credibilidad, debe comprender que la era de Hugo Chávez finalizó, lo decidió el pueblo; es su deber entregar el mando a quien ganó. Es la democracia.

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