En lo que respecta al tema de la seguridad, ¿cuál es el resultado que más le conviene a México en este proceso electoral del 5 de noviembre en Estados Unidos? ¿Cómo estaría mejor México? ¿Con Kamala Harris o con Donald Trump? Estas son preguntas muy básicas. En realidad, no importa si gana uno u otro candidato; lo que importa es que el partido que gane la elección presidencial, también obtenga una mayoría en el Congreso. Pero más allá de eso, ¿cuál es la postura que, en temas de seguridad y política de drogas, conviene más a México? Cabe destacar que, para los estadounidenses, el tema de la seguridad en su relación con México, tiene que ver con el narcotráfico directamente y con el manejo de sus fronteras.
Para casi todos en ese país, la explicación de todos los males en México en términos de violencia e inseguridad, por un lado, y sus problemas de adicción y muertes por sobredosis de drogas, por el otro, tienen que ver con el ‘narco’ y los ‘carteles’. La situación real en México y Estados Unidos con relación a estos dos temas es mucho más compleja, pero la política antinarcóticos estadounidense y la colaboración que sugiere o impone ese país sobre México en esos rubros, se ha enfocado mayormente en la llamada “guerra contra las drogas” y la estrategia kingpin—es decir, en un enfoque en el abatimiento/arresto de ‘narcos’ o en el corte de cabeza a los llamados ‘carteles’. Dicha estrategia se ha procurado independientemente del partido que domine la escena política de Estados Unidos en un momento dado. Republicanos y demócratas—a través de sus agencias de seguridad y principalmente de la agencia antinarcóticos, la DEA—se han enfocado en el tema del ‘narco’ mexicano cuando se trata de resolver su epidemia de drogas (ahora llamada crisis del fentanilo).
La política antidrogas de Estados Unidos, más allá de asegurarse de resolver el problema del consumo de estupefacientes en ese país, parece funcionar como método de control geoestratégico y geopolítico. que le permite a sus agencias de seguridad tener presencia territorial más allá de las fronteras de lo que ‘ellos’ llaman “América”. En realidad, la política de drogas estadounidense no parece ser una política enfocada en resolver el problema del consumo masivo de fármacos ilegales en ese país o del excesivo número de muertes por sobredosis—que en cada uno de los tres años pasados excedió las 100,000. La estrategia antinarcóticos de ese país se enmarca como un tema clave de seguridad nacional y se constituye como una prioridad en materia de política exterior.
La política exterior estadounidense es en general bastante estable y atiende a los intereses de Estados Unidos básicamente. En los temas domésticos parece haber mucha más divergencia entre los demócratas y los republicanos, particularmente en lo que se refiere a la narrativa de distintos temas en tiempos electorales (aborto, impuestos, cuestiones de raza y género, etcétera). En política de drogas y cooperación antinarcóticos con México, no parece haber mucha diferencia en las posturas de uno y otro partido en la práctica—quizá en el discurso, es un poco diferente. En este sentido, constatamos que, tanto las administraciones demócratas como las republicanas, se han enfocado en el tema del ‘narco’ y han impuesto la militarización de la lucha antidrogas a otros países del hemisferio, incluyendo de manera central a Colombia, Centroamérica y, por supuesto, a México.
El caso de México es emblemático en ese sentido, y Estados Unidos y sus empresas del sector fronterizo-militar-industrial parecen haberse beneficiado ampliamente de la militarización de la seguridad fronteriza de ambos lados y la lucha antidrogas en territorio mexicano. La Iniciativa Mérida, como un plan de cooperación antinarcóticos con nefastas consecuencias para la seguridad y la paz en México, comenzó en la administración de George W. Bush y se consolidó en el gobierno de Obama. Según este ejemplo, la presión velada hacia México (disfrazada de “responsabilidad compartida”) para arrestar y extraditar narcotraficantes y enviar a las fuerzas armadas a hacer frente a la crisis de inseguridad en el país, la ejercen tanto republicanos como demócratas.
No obstante lo anterior, el discurso incendiario de lo que han denominado miembros clave del partido republicano en los últimos años como la declaración de “una guerra contra los carteles mexicanos”, sí parece ser tema exclusivo del movimiento América Primero, iniciado e inspirado por Donald Trump. La idea va más allá de denominar a los carteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales, lo que les permitiría a las agencias estadounidenses violar la soberanía de México en su lucha contra este flagelo.
En realidad, lo que ha sugerido Trump y lo que ha inspirado al movimiento MAGA es la posibilidad de enviar tropas estadounidenses a territorio mexicano—e incluso bombardear desde el aire a los malvados “carteles”. Los miembros del partido demócrata, no han apoyado aparentemente, hasta ahora, la idea trumpista de acabar con los ‘bad hombres’ a través de una guerra letal en contra de los carteles mexicanos. Declarar esa guerra, en realidad, sería declarar una guerra contra México y sus pueblos. Entre la postura del partido de Trump y la del partido de Harris con respecto a este tema, parece mucho peor para México, sin lugar a dudas, la primera.
(*) La Dra. Guadalupe Correa-Cabrera es profesora de la Escuela Schar de Política y Gobierno en la Universidad George Mason.
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