Programa de Gestión Costera Sostenible (Playas) y el programa “República Dominicana 30×30” cambiarán la manera en que gestionamos la zona costera del país.
Cuando comenzábamos a apoyar los dedos sobre las teclas para dar cuerpo a esta historia, motivada por el anuncio de la representación local del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de que el país iniciará la ejecución del Programa de Gestión Costera Sostenible (Playas) con un crédito de ese organismo de US$70 millones y apoyo técnico en un periodo de cinco años, se produjo este otro anuncio al que dirigimos nuestra atención: el Gobierno dominicano ejecutará el programa “República Dominicana 30X30”, iniciativa que tiene como objetivo la protección del 30 % de sus océanos, tierras y ecosistemas, a fin de garantizar la biodiversidad, preservar los recursos naturales y mitigar impactos del cambio climático.
Ambos, que se produjeron por separado y en fechas diferentes, son complementarios y esperamos que conduzcan a un cambio trascendente en la gestión de nuestros recursos naturales, pues como afirmó el presidente Luis Abinader en el acto en que lanzada la iniciativa, “si no se conservan los recursos naturales, no habrá desarrollo económico en el país”.
Informaciones ofrecidas por la representación local del BID revelan que de las más de 200 playas con que contamos, distribuidas en 1,600 kilómetros de costa arenosa, el 70% sufre erosión, situación preocupante que debería ser revertida con la ejecución de esos dos programas, así como con otros que debieran implementarse en el futuro para dar sostenibilidad a nuestro desarrollo.
República Dominicana tiene una condición que la obliga a acometer esta tarea con más urgencia, ahínco y continuidad que como lo haría cualquier otro país de la región, y es la de que en pocos años los turistas residentes en el exterior que recibiremos anualmente superarán la población local, lo cual ejercerá fuertes presiones sobre nuestros recursos naturales que podrían llevarnos al borde de en aras de producir lo pasajero sacrificar la riqueza que nos ha dado la naturaleza para disfrutarla para siempre.
No olvidemos que lo que da estabilidad a las playas son los corales y los manglares que de manera natural contienen la fuerza de las olas y el viento, a la vez que aseguran la vida de los peces y animales marinos que están siempre reponiendo la arena.
En varios puntos de la zona costera este ecosistema se está perdiendo en un proceso que debe ser revertido porque la erosión de las playas aumenta la vulnerabilidad de estas zonas al impacto de fenómenos extremos como lo son las marejadas ciclónicas e invernales.
Indudablemente, el costo de la acción preventiva es superado con creces por los beneficios de contar con ecosistemas estables, y son mayores aún en el caso de un país como la República Dominicana, que cuenta con una multimillonaria infraestructura inmobiliaria turística.
Ese costo beneficio de un caso a otro, pero para que se tenga una idea de esta relación, conocemos de un caso de intervención para corregir la erosión de una playa, en el que con cada dólar invertido en la recuperación se garantizó un beneficio de siete dólares, solo tomando en cuenta el valor de las propiedades costeras, sin incluir otros beneficios para las comunidades costeras.
En cambio, una aceleración de la erosión de las playas aumenta la vulnerabilidad de estas zonas ante el impacto de fenómenos extremos como lo son las marejadas ciclónicas, lo que de no corregirse podría provocar una depreciación de las propiedades establecidas en la zona costeras y también afectaría negativamente el nivel de vida de la población dominicana que habita el entorno.
Pero más importante que el valor económico, está el valor intangible de nuestras playas, para cuyo disfrute el tiempo nunca es suficiente.