Lo grande, lo pequeño

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Como es arriba, así es abajo. En el más mínimo germen se refleja la inmensidad. Es la única razón que se me ocurre para que nos refugiemos en lo banal una vez más ante aquello que resulta demasiado complejo, lo que con un mero pensamiento genera angustia. Necesitamos, pobres y diminutos seres humanos, etiquetas que sean más sencillas que las ideas, palabras repetidas para abordar los problemas nuevos, seguridades ante el horror demasiado cotidiano.

Y así, ante la pobreza, ante la necesidad de un número vergonzoso de niños en España, ante las inexistentes propuestas para que la vivienda pueda albergar a toda una generación y no excluirla lentamente hacia la nada, solo vociferamos ante la subida del IVA, como si unos céntimos en cada anaquel de comida nos devolviera el contacto con la realidad, pero no con el futuro.

Acumulamos ya dos guerras en menos de cinco años: desplazados, civiles asesinados, niños que agonizan sin asistencia; y si albergamos la fantasía de un clamor único, de que el olvidado pacifismo resurgiera de donde la prosperidad lo desterró, esta ha desaparecido bajo acusaciones, banderas y una falta completa de humanidad que abarque una compasión profunda por quien sufre, que casi nunca escoge el bando en el que ha nacido.

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Vemos a padres que abandonan los estadios de fútbol porque no desean que sus hijos descubran qué extremos permiten sus equipos y nos quedamos en la camiseta. Hay un suspiro resignado, una apatía impropia, la certeza de que ninguna lucha, ninguna reivindicación sirve, salvo que sea utilizada para la conveniencia de alguien.

No, no nos merecemos lo que nos pasa, nadie merece aquello que no desearíamos para los demás, pero qué desolación supone poseer tanto (conocimiento, tecnología, medicina, estrategia) y que no sirva para todos, no sirva para mucho, a veces para nada.

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