Lo del nuevo director de IDOPPRIL, Agustín Burgos, no fue un simple exabrupto: fue una demostración de que hay funcionarios que todavía no entienden que el poder no es licencia para la vulgaridad.

Que un director de una institución tan delicada como IDOPPRIL llame “frustrado” a un comunicador y otras palabras obscenas que no podemos mencionar—solo porque publicó resultados electorales que no beneficiaron a su exesposa— es más que un arranque de ira: es una falta de respeto a la prensa, al CMD y al propio Gobierno que lo nombró.
Peor aún, Burgos carga con un historial de ofensas a comunicadores de La Vega. No es nuevo… pero sí es cada vez más preocupante.
En un país donde el periodismo es atacado con facilidad, que un alto funcionario se sume al coro de los intolerantes debería encender alarmas. La libertad de expresión no se negocia, y menos por el ego herido de un director recién nombrado.
Si Burgos quiere mandar un mensaje de autoridad, que empiece con eficiencia y transparencia. Los insultos no son parte del manual.



