La violencia nos está devorando

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@abrilpenaabreu

Un joven de 19 mata a otro de 17 por un vape. Otro cae en cuidados intensivos tras recibir un batazo. Un adolescente de 17 es asesinado de once puñaladas por un adulto. Dos niñas son violadas en hechos separados por grupos de cinco hombres. Alguien mata por un pica pollo, otro por un puesto en la bomba de gasolina, y otro por apenas 50 pesos.

No son casos aislados, ni producto de la exageración mediática. Todos ocurrieron en menos de dos meses, la mayoría en los últimos quince días. La violencia ya no es excepción: se ha vuelto rutina. Y lo que más duele es que parece que nos estamos acostumbrando a leer estos titulares con indiferencia.

¿Qué nos está pasando como país?

Algunos dirán que es la falta de valores, otros que la salud mental está abandonada, y muchos más señalarán la ausencia de un régimen de consecuencias. Y la verdad es que todo esto es cierto. Vivimos en una sociedad donde matar cuesta poco, porque la justicia vale poco. Donde la impunidad funciona como licencia para repetir la barbarie. Donde el Estado destina migajas a la salud mental, y los hogares muchas veces delegan la crianza a las pantallas, al azar o al cansancio.

La violencia no nace de la nada: crece en la frustración de jóvenes sin futuro, en la desigualdad que margina, en la cultura de la inmediatez que enseña a resolver todo con ira, en el debilitamiento de la autoridad y la falta de límites claros.

Pero el punto central es uno: no estamos garantizando el valor de la vida humana.

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Y mientras no exista la certeza de justicia, mientras la salud mental siga siendo vista como un lujo, mientras el Estado no articule políticas que acompañen a las familias, y mientras como sociedad sigamos normalizando la barbarie, seguiremos enterrando jóvenes, mujeres y niños cada semana.

La pregunta que debería quitarnos el sueño no es cuántos más morirán, sino si de verdad queremos seguir siendo un país donde una vida se pierde por un vape, por 50 pesos o por un plato de comida.

Porque si seguimos callando, si seguimos acostumbrándonos, lo próximo que perderemos no será una vida más, sino la posibilidad misma de convivir como sociedad.







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