La Policía Nacional bajo fuego: ¿seguridad o ejecuciones?

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@abrilpenaabreu

La indiferencia ciudadana ha dado a la Policía Nacional una falsa confianza: la de sentirse con licencia para andar de gatillo alegre. “Supuestos delincuentes” les llaman, pero ¿cuántos son realmente delincuentes y cuántos son daños colaterales, errores o hasta ejecuciones por encargo?

Ahí está el caso de Vladimir, joven barbero, convertido en víctima de una ejecución disfrazada de intercambio. No sólo lo mataron: lo ejecutaron. Con él, ya suman 175 muertos en lo que va de año, un promedio de 21 personas al mes. ¿De verdad todos eran criminales? Ahora tenemos derecho a dudar.

Lo más grave es la falta de mea culpa institucional. ¿Cuándo la Policía pedirá excusas? ¿Cuándo conoceremos a los ejecutores de este caso? Lo único que escuchamos son silencios o justificaciones.

Y tampoco olvidemos la doble moral: cuando el PLD denunció el incremento de los intercambios de disparos, pocos prestaron atención porque venía de un partido “venido a menos”. Pero tenían razón. Al final, las protestas en las calles obligaron a la Ministra de Interior y Policía a salir a dar la cara, representando un gobierno que siempre termina pagando los platos rotos de una institución que nadie controla y ahora debemos esperar el debido proceso, uno que no disfrutó Vladimir pero que SI están disfrutando los vaqueros en uniforme, que en un país donde hasta los interrogatorios a menores se filtran, increíblemente se ha protegido con celo la cara y los nombres de estos.

Mientras tanto, Participación Ciudadana aparece ahora —tras 170 muertes— exigiendo investigaciones, montándose en la ola como paladines de una sociedad que ya se hartó.

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La realidad es que hoy, ver a un policía genera el mismo miedo que ver a un delincuente. Porque sabemos que, si hace falta, te siembran una chilena o una bolsita de hierba.

Y para colmo, todo este derramamiento de sangre ni siquiera ha servido para mejorar los números: la propia Policía admite un “ligero” aumento en la criminalidad. La receta que usan no funciona: ni estamos más seguros, ni confiamos en quienes deberían cuidarnos. O cambian, o nunca podrán cumplir el rol que el país espera de ellos.







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