@abrilpenaaabreu

No es la primera vez que lo vemos. Cada cierto tiempo, en República Dominicana estalla una polémica que desnuda nuestra dificultad para aceptar nuestra riqueza cultural. La estatua submarina colocada con fines turísticos y ambientales en Sousa ha despertado la misma indignación que en el pasado provocaron otras manifestaciones culturales que, lejos de ser una oda pagana, son expresiones de nuestra historia.
Recordemos: en una ocasión, se incluyó una figura taína en un traje típico para el Miss Universo y fue un escándalo. Lo mismo ocurrió con las muñecas sin rostro, hoy símbolo reconocido de dominicanidad, que en su momento fueron rechazadas con furia por quienes las tildaban de herejía cuando fueron integradas por la alcaldía del Distrito Nacional, bajo la gestión de David Collada en el carnaval, integró al carnaval capitalino. En cada episodio, lo que emergió no fue el orgullo por lo nuestro, sino la intolerancia y la ignorancia.
Hoy, la polémica alrededor de una estatua submarina confirma ese patrón. No se trata de fe ni de idolatría, se trata de cultura, historia y turismo sostenible. Esa escultura no busca adoración, sino rescatar la memoria taína, aportar a la restauración de corales y, además, diversificar la oferta turística dominicana.
En otras partes del mundo esto es motivo de orgullo. Cancún tiene un museo subacuático con más de 500 esculturas que atrae miles de visitantes cada año. En Granada, un parque submarino se convirtió en referencia mundial de conservación marina. En Italia y Florida, un Cristo bajo el mar es hoy un ícono de peregrinación y buceo. Y en Filipinas, figuras religiosas sumergidas lograron incluso reducir la pesca destructiva. Allá entendieron que la cultura y el turismo pueden convivir, y que el arte bajo el agua no resta fe ni identidad, sino que suma futuro.
El problema no está en la estatua. El problema está en que seguimos permitiendo que el atraso, la ignorancia y los atavismos religiosos se impongan a la razón. Esa cerrazón se traduce en atraso económico, en turismo limitado y en una negación de la historia que nos pertenece.
Avanzar significa abrir los ojos. Defender lo nuestro. Aceptar que la riqueza cultural dominicana no es amenaza, sino oportunidad. Que cada vez que rechazamos nuestras raíces por prejuicio, nos empobrecemos más como pueblo.
Si queremos un país que avance, tenemos que atrevernos a valorar lo que somos. De lo contrario, seguiremos condenados a repetir la misma escena: escándalos sin sentido frente a lo que debería ser motivo de orgullo.


