La hoja de ruta para el futuro de Europa

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Hace ya tiempo, demasiado largo, muchos actores lanzaron la voz de alarma: o Europa espabila o Europa se queda atrás. Nuestra historia, nuestro peso en lo que es Occidente, nos cubrió de una cierta arrogancia que, quizás, no nos dejó ver durante demasiados años lo que ocurría fuera del Viejo Continente. Nos creímos autosuficientes, sabios, absolutamente timoneles de un barco que empezaba a hacerse pequeño a pesar de ir sumando cada vez más miembros. No quisimos ver, o no quisimos saber, qué pasaba más allá del Mediterráneo y el Adriático y, más allá, estaban pasando muchas cosas.

Gigantes como China han estado creciendo a espaldas de la sabia y ancestral Europa. Su tecnología nos invadió hace tiempo, pero solo cuando sus coches o sus microchips han empezado a inundarnos, hemos empezado a reaccionar. Y lo hemos hecho imponiendo más aranceles. No abaratando los costes de los coches, no apostando por invertir más en desarrollo tecnológico. Lo hemos hecho a la vieja usanza, como si con eso arregláramos un problema que no deja de crecer. Más regulación no es la solución.

Teníamos el radar puesto en otro lado, en el oeste, en lo que hacía la gran América. Y buscamos las alianzas allí cuando en realidad solo éramos peones de un tablero en el que nos íbamos haciendo más y más pequeños.

El lunes Mario Draghi vino a sacudirnos de ese letargo y a decirnos que o espabilamos ya o empezamos a hacer reformas profundas en nuestros modelos económicos, industriales, energéticos y, muy importante, en cómo se financia todo esto, o vamos a perder competitividad. Si es que no la hemos perdido ya. Estamos enredados en debates de si hay o no hay que abrir fronteras cuando los grandes nos están diciendo que hace falta más mano de obra y cada vez más cualificada. Y necesitamos no perder más talento ni más empresas que, de forma silenciosa, han ido migrando hacia otros lados, a sistemas o países con menos rigidez burocrática, con más facilidades para hacerse grandes.

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El informe de Draghi es una sacudida a todas las economías europeas, también a la nuestra. Insta de forma urgente a cambiar el modelo para no perder un tren que salió hace ya mucho tiempo y al que llegamos tarde.

Eso supondrá revisar qué hacemos con determinadas partidas, qué hacemos con las ayudas a la agricultura o a la pesca, sin duda dos sectores muy sensibles en nuestra economía. Supondrá también plantearse cómo queremos iluminar nuestras fábricas, qué tipo de energías queremos utilizar. Y no podemos enredarnos en cumbres y reuniones en las que cada país quiere llevar su propuesta y vetar las de los demás si no se incluyen sus peticiones, porque ya no hay tiempo para eso.

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