La corta vida de una proposición contra las Pruebas Nacionales

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La alternativa es clara: si algo convendría hacer con las periódicas evaluaciones del sistema educativo dominicano, y no solo de los bachilleres en sí, sería reconsiderar los medios que se emplean para que resulten efectivas en sus comprobaciones sin reducir la exigencia de niveles aceptables de aprendizajes a lograr en aulas. Defendidas en el debate público por expositores avalados por experiencias académicas, jerárquicas y docentes, las Pruebas Nacionales quedan certificadas para la permanencia. Señores de vida consagrada a la difusión de conocimientos que aceptan las mediciones como un instrumento para enfocarse integralmente en superar imperfecciones e insuficiencias en la impartición de clases que desde el umbral del trayecto formativo conduce a pobreza de resultados. Es en la fase de primaria en la que las escuela deben forjar condiciones que faciliten la asimilación en quienes, muchas veces, llegan a planteles con carencias elementales.

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Allí comienzan las lagunas que menoscaban la marcha hacia la titulación de secundaria. Las ineficiencias que median entre el primer paso y el último y que deben ser superadas, requieren previas y sucesivas detecciones no solo en los alumnos sino en los métodos empleados para hacerlos aprender y en las capacidades supuestamente adquiridas por sus maestros. Las Pruebas Nacionales están llamadas a llenar esas funciones reconfigurando con firmes criterios pedagógicos su aplicación. El recurso altamente profesional para proceder está disponible en el país.

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