El sábado, una de las mejores mezzosopranos del mundo, Joyce DiDonato, ofreció junto a la orquesta barroca Il Pomo di Oro, uno de los más sofisticados recorridos por la esencia del amor a la naturaleza, gracias a la Fundación Sinfonía.
Su voz, cálida, medular, poderosa y segura, sin caer en estridencias ni exhibicionismos, hizo saber su maestría no solo al escoger el repertorio, sino en la manera de llevar y transmitir su tarea, desde que fue al escenario desde el pasillo derecho de la platea hasta el aplauso final. La puesta en escena es de Marie Lambert-Le Bihan y el diseño de luces de John Torres.
En la oscuridad un violinista había comenzado pianíssimo, una música que tal pareciera todo comenzara a despertar por primera vez, suavemente, respondido por los demás violines, muy quedos. Era La pregunta sin respuesta, del norteamericano Charles Ives, escrita en 1908 y publicada casi 40 años después de ser pulida, como parte de lo que su autor llamó “Una contemplación de un tema serio”. Y sí que lo es. En ella DiDonato hace con su voz la parte de la trompeta en seis ocasiones, siendo correspondida por las maderas, mientras las cuerdas han continuado con su sostenida música lenta, propia de los orígenes.
Una canción de Rachel Portman -primera mujer ganadora del Oscar como compositora por el filme Emma (1996)-, titulada La primera mañana del mundo (2021), escrita especialmente para el Edén de Didonato. “Hay un lenguaje sin signos de interrogación. Puedes leerlo en los anillos de los árboles. Y en el viento, y en el río, y en el sonido de los pájaros cantando. ¿Ha cambiado su canto desde la primera mañana del mundo?”, cantó.
De los siglos XX y XXI hizo un recorrido de vuelta de media, viajando hacia atrás con Gustav Mahler interpreta “Ich atmet’ einen linden Duft” (Respiro un suave aroma, en alemán), compuesta en 1901. De él también haría al final “Ich bin der welt abhanden gekommen” (Estoy perdido para el mundo), ambas de Rúckert Lieder, el ciclo de 5 canciones de Mahler compuestas entre 1901 y 1902. Ambas asumidas de manera limpia, transmitiendo nostalgias.
Entre una y otra, Il Pomo Di Oro expuso Sinfonía tersa de Marco Ucellini, donde además de los violines la tiorba, esa especie de guitarra grande, llegada desde el medioevo, aporta un descanso a la voz. Mientras tres músicos alzan un aro y arman otro que ella terminará de armar con uno de los segmentos. De esa primera mitad del siglo XVII es también Biagio Marini, de quien ofrece una pincelada campestre, más alegre, bien resuelta en la voz de DiDonato.
Donde sí lució más peso y autoridad fue en el aria Toglierò le sonde al mare (Quitaré las orillas del mar (Ángel de la Justicia)”, de “Adán y Eva”, del checo del siglo XVIII, Josef Myslivecek, admirado por Mozart y quien fuera el Divo de la Ópera en Roma y luego cayera en desgracia y muriese en el olvido y la pobreza. Otro poema musical insertado en el espectáculo fue la Sonata enharmonica in G Minor, del organista y compositor italiano del medioevo Giovanni Valentini, donde los músicos se ponían de pie mientras ella permanecía sentada al centro.
De lo mejor el aria de “La Calisto” de Francesco Cavalli “Piante ombrose”. Bien expuestas la Danza degli Spettri e del furie, de la ópera Orfeo y Eurídice, y así mismo la “Miseria, Dove son”, en el patético rol de Fulvia de la ópera “Ezio”, ambas del alemán Christoph Wilibald Gluck (segunda mitad de siglo XVIII). Del “Serse”, de Handel entregó “Ombra mai fu”, donde Jerjes le canta su amor más profundo.. a un árbol. Ambos mundos, el barroco, y el de los siglos XX y XXI, son asumidos por Joyce DiDonato con naturalidad, sin dejar de ofrecer lucimiento en las piezas más exigentes.
El espectáculo con acento ambientalista tuvo la participación de un coro de 60 niños, dirigido por la maestra Nadia Nicola, quienes brillaron sobre todo con “Ojalá que llueva café”, de Juan Luis Guerra.