Hacia una política de hecho consumados

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Una de las incógnitas que más peso tenía en los análisis prospectivos sobre los conflictos de Ucrania y Oriente Medio quedó resuelta el pasado 5 de noviembre. La elección de Donald Trump como 47º presidente de los Estados Unidos se hizo realidad. A partir de este momento, y fijada ya una variable como dato cierto, procede ajustar el resto de elementos de análisis presentes porque dar por hecho cual será la postura de Trump puede llevarnos a equivocación.

Comencemos por Oriente Medio y el conflicto que ya abarca a Israel, Gaza y Cisjordania, el Líbano, Yemen, Siria, Irán y, probablemente, Irak. Supimos que las primeras consecuencias ya se han hecho visibles. Qatar ha cerrado la oficina que tenía dedicada para promover un acuerdo de paz entre Israel y Hamás con la liberación de rehenes israelíes y prisioneros palestinos. También es notable la reevaluación de Hezbolá respecto a las condiciones de paz con Israel que ya no contempla como condición sine qua non el cese de hostilidades en Gaza.

Lo cierto es que el resultado de las elecciones en Estados Unidos ha impactado directamente sobre las aspiraciones de todos los actores en presencia. Así, el Gobierno israelí, por boca de su primer ministro Netanyahu, se siente legitimado para continuar su campaña de máximos en Gaza y Líbano y se radicaliza un poco más con el cese de quien era hasta hace una semana su ministro de defensa Yoav Gallant, más moderado, por discrepancias sobre la conducción de la guerra.

El liderazgo de Hamás se encuentra en la encrucijada de prolongar una resistencia que sabe letal para sus futuras aspiraciones y comienza a sentir que el apoyo de Irán y Hezbolá se debilita. También negocia con Fatah en Egipto para acordar el futuro gobierno posconflicto en Gaza.

Hezbolá, que se ha visto descabezado recientemente en dos ocasiones y que tiene a sus cuadros de mando de primer nivel muy mermados, está intentando elaborar una estrategia de supervivencia sabiendo que nadie va a imponer restricciones a Israel en sus acciones directas sobre sus efectivos e infraestructuras. Además, el Líbano no es Gaza ni Cisjordania, Hezbolá no puede contar con el apoyo de una población que de forma creciente le hace responsable de la tragedia que está viviendo el país y que puede por la endiablada estructura de división del poder que existe en el Líbano conducir a otra guerra civil.

Los hutíes perciben que el papel de proxy activo en este conflicto -poniendo en riesgo la navegación en el mar Rojo- no les está reportando los beneficios que esperaban y sí les ha convertido en blanco de las acciones de represalia de Israel, Estados Unidos y el Reino Unido. La probabilidad de que Irán emplee Yemen como origen de ataques a gran escala contra Israel está creciendo, y la certeza de sufrir acciones de represalia a una escala nunca vista antes, también.

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Siria comparte frontera con Israel en el Golán y es el origen de acciones contra territorio israelí, si bien es cierto que no muchas y con escasa incidencia. Sin embargo, Siria es el lugar de paso de la ayuda militar de Irán a Hezbolá y por ello es atacada frecuentemente por Israel que actúa sobre convoyes en movimiento y en los puntos de cruce con el Líbano y sobre objetivos de la fuerza Quds y Hezbolá en Siria. Dependiendo de la capacidad y determinación de Irán, es posible que Siria también participe en algunas acciones coordinadas como represalia al último ataque israelí. En cualquier caso, los compromisos, las acciones y las consecuencias se van a reevaluar cuidadosamente. Recordemos que Trump ordenó bombardear Siria, cosa que no hizo Obama.

Irak se encuentra en un escenario polarizado y muy complejo. Por una parte, quiere que el despliegue en su territorio de la OTAN y de Estados unidos finalice en el 2025. Por otra, es perfectamente consciente de que las milicias chiíes proiraníes que existen en Irak tienen su único dique de contención en las acciones directas de EEUU sobre ellas y en el Ejército iraquí, formado y adiestrado por la propia OTAN. Sin esas acciones, Irán será el actor principal en Irak a través de la mayoría chií existente en el país.

En el caso de Ucrania, el futuro parece más concreto si atendemos al conjunto de declaraciones previas de Trump y Vance, a algunos estudios realizados por antiguos asesores de seguridad nacional que sirvieron en su primer gobierno, y a militares retirados como el teniente general retirado Keith Kellog y su plan de paz de mayo de este año. Pero la predisposición americana no tiene por qué coincidir, y de hecho no lo hace, con las intenciones ucranianas y de otros países que apoyan a Ucrania.

El balance hasta el momento es que la estrategia de Occidente ha fracasado en la guerra de Ucrania. Así al menos lo ve el nuevo equipo de Trump y, por tanto, para acabar el conflicto hay que hacer cosas diferentes a las que hasta ahora se han hecho. Es probable que aumente la presión sobre Ucrania para aceptar un alto el fuego sobre la actual línea de contacto, que se promueva el inicio de unas negociaciones para establecer una zona desmilitarizada al estilo de la que existe entre ambas Coreas, el establecimiento de unas medidas de verificación, y el impulso a una fuerza de interposición mixta -no exclusivamente europea- sin participación de EEUU. Y respecto a la membresía OTAN de Ucrania, una moratoria que saque el tema de las negociaciones iniciales al ser éste un casus belli para Rusia. Un horizonte complejo, oscuro e incierto en todo caso.

Es la hora de las soluciones, aunque sean injustas e insatisfactorias. Ya que no existe una apuesta de Occidente decidida por ganar la guerra dando a Ucrania todo lo que necesita -incluido personal-, lo más sensato es lograr que sobreviva en las mejores condiciones posibles. Todo menos dejar que siga desangrándose en un conflicto que por sí solo no se resolverá jamás.

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